Presentóse una noche Mandinga frente a un nacimiento de mellizos:
"Discúlpeme, señora, que me entrometa; bien veo yo que está ocupada. No es mi intención molestarla, sino, por el contrario, vea usted, serle de ayuda. Le ofrezco, estimada dama, alejarla de estos dolores propios del alumbramiento y asignarle un nacimiento doble pero rápido, sin dolor y sin cesárea. ¿Qué le pido a cambio? Algo simple, liso y llano: que me deje signar el futuro de sus hijos por estas dos barajas que tengo acá, en mi mano".
La señora aceptó casi sin pensarlo, creyéndose en medio de una alucinación. Lucifer, entonces, dio vuelta las dos cartas: una rezaba "savoir-faire"; la otra, "laisser-faire".
En efecto, los hermanos nacidos ese día vieron signados su destinos por -uno- el conocimiento para realizar cualquier actividad de petimetre y -el otro- la posibilidad de disponer libremente de acciones y decisiones.
Sin embargo -he aquí la trampa de Mandinga- ni el uno tenía la libertad para ejercer su popular sabiduría ni el otro las competencias para hacer gala de sus posiblidades multiplicadas. ¡Quién fuese hijo único y tuviese los dos ases en la manga!
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