lunes, 17 de diciembre de 2007

Al que quiere Chudnovsky que le cueste

La forma de vestirse de Celeste Chudnovsky me dejaba meditando entre los rótulos “hippie” y “chic”. Afortunadamente, su corte de pelo –à la Araceli González después de dos sesiones de quimioterapia- volcaba este dilema hacia la etiqueta más englobadora de “vagabunda”.
Había conocido a Celeste en la Facultad de Filosofía y Letras; los dos nos habíamos anotado en un seminario titulado “Latinoamérica: condiciones actuales y reales para un futuro mejor”, pero no pudimos presenciar la primera clase debido a una leve superpoblación de ochocientas personas en un aula austera en cuanto a sus dimensiones, pero generosa en cantidad de columnas que instauraban una dificultad en el seguimiento del profesor sólo comparable a la gesta andina del Libertador San Martín.
Tras esta fallida posibilidad de imbuirnos de conocimiento, un amigo en común nos invitó a Celeste y a mí a tomar una cerveza, circunstancia descontracturante que la bella Chudnovsky decidió remarcar con el encendido de un cigarrillo que yo juzgué de dudosa procedencia. “¿Dónde compraste eso?”, le pregunté; “creo que en el quisco de la esquina, pero no estoy segura”, me contestó pitando su Lucky Strike y confirmando mis sospechas. Me enamoré en ese mismo instante.
Tiempo después, me dirijo a la casa de Celeste, un oscuro antro del barrio de Once. Me recibe llorando: el aumento del alquiler la obligará a retornar a la casa de su padre, una pequeña mansión en Palermo. Trato de hacerle ver los aspectos positivos de esta mudanza, pero ella se empecina en sentirse alejada del ideal utópico de la carencia. Inútil fue resaltarle que de ahora en más podría comer todos los días, contaría con un escritorio y una lámpara para estudiar y podría darse el lujo de una sábana.
Celeste no tardó en reconciliarse con su padre. Su oposición más bien inexistente a la organización de fiestas desenfrenadas en su casa estrechó sin dudas la relación con su hija, con las amigas de su hija y con el farmacéutico del barrio. Lamentablemente, el hecho de que el padre de Celeste me convocara a un ménage à quatre en el que también participarían una empleada de su empresa y su misma hija terminó por deserotizarme.
Habiendo decidido abandonar la vida licenciosa por un tiempo, me enfoqué por completo en los estudios. La dificultad que esto significó para mí me hizo dudar de la idoneidad de los orientadores vocacionales –que habían visto en mí un potencial genio de la literatura- y de los oftalmólogos de mi empresa de medicina prepaga, toda vez que por más que intentara focalizarme en la lectura, todo permanecía borroso y difuso.
Pasó cierta cantidad de tiempo. Poco a poco fui dándome cuenta de que extrañaba a Celeste. Hacía mucho que no la veía en la facultad, lo cual aumentaba mi desencanto académico. Una tarde en la cual las clases fueron suspendidas por una inundación en el subsuelo de la facultad que produjo a su vez un corte de luz en todo el barrio, decidí ir a buscar a Celeste a la casa de su padre.
Hacía mucho que no caminaba por Palermo. Comenzaba a olvidarme de las personas que por allí transitan, de la particular estética de sus restoranes y tiendas de diseño, de las heces de perro que decoran sus hermosas veredas. Era un placer volver a pisarlas.
Me invadió, no obstante, cierto estupor cuando observé la otrora mansión del padre de Celeste. La casa se había transformado en una suerte –una buena suerte- de cabaret que contrataba a bailarinas europeas, con preferencia de germanas pechugonas. El nombre del local era, en este sentido, bien descriptivo: “Teutonas & Tetonas”.
Pagué mi ingreso al lugar con la esperanza de encontrar allí a Celeste. No encontré ningún indicio de ella; luego comprendí que había por lo menos dos grandes razones por las cuales Celeste no podría ingresar a un lugar exclusivo para alemanas de busto generoso. Volví a mi casa, no sin antes encargarle un baile a una blonda despampanante que tenía una camisa casi transparente y diminuta a punto de estallar.
La vida me sorprendió con una casualidad de comedia romántica estadounidense cuando encontré en la puerta de mi departamento a Celeste. Estaba verdaderamente hermosa, lo cual no dejó de sorprenderme. Sin embargo, las novedades continuarían, pues no me toparía sólo con Celeste sino también con la puerta de mi casa, la cual con molesta perseverancia se negaba a ser abierta. Frustrado por la llave falseada que postergaba el encuentro con mi amada, decidí invitarla abiertamente a compartir una habitación en el albergue transitorio “Hawai”, sucio pero práctico establecimiento que se jactaba de ser el primer y único “hotel aloha-miento” de Floresta.
Estábamos a punto de comenzar lo más interesante del asunto cuando Celeste se detuvo repentinamente. “Aborrezco a mi padre”, confesó. “Descubrí que es un pederasta y un proxeneta”. Mientras hacía todo lo posible por arrancarle a mordidas su corpiño, trate de consolarla rápidamente diciéndole que sospechaba de hacía rato esas características de su progenitor y que había tenido oportunidad de ver lo que había hecho con su casa. “¡Jurame que nunca entraste a esa cueva de perdición, lujuria y desenfreno!”, me exhortó con vehemencia. Tras arrancarle la bombacha, olerla y guardármela en el bolsillo le dije que no, que yo era una persona sobria y conservadora, más bien recatada, y que jamás había entrado en ese lugar.
Aliviada, Celeste procedió a desabrocharme la camisa. Fue en ese momento que un botón salió del bolsillo en el cual generalmente guardo una birome. Celeste lo observó con curiosidad y me pegó un bofetada. El botón tenía el logo inconfundible “T&T” de “Teutonas & Tetotas”, y sin duda se había colado allí durante el baile de la bomba prusiana despampanante empleada del padre de Celeste.
Mi amada no tardó en comprender que la había engañado, tomó algo de su ropa y se alejó para siempre, dejándome, por un lado, la cuenta por pagar de una habitación que no iba a usar como correspondía y, por el otro, la ironía propia de comedia romántica del nuevo cine argentino de haber sido delatado –justamente- por un impertinente botón.

martes, 4 de diciembre de 2007

lunes, 26 de noviembre de 2007

Recuerdos de primer grado II

Año 1990. El arte del grafitti en los cuadernos escolares:


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Recuerdos de primer grado I

Era el año 1990. Mundial de Italia. Primer grado de la escuela primaria. Presidencia de un nuevo presidente. Y un hábil análisis político -si no premonitorio- por parte de un servidor:


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"No, dejá, hermano"

Qué dificil tu tarea, hermano: ser guardián de la noche en la que todos se divierten; mantenerse controlado en el reino donde la juerga, la jarana, el jolgorio, la alharaca, la bulla y la chacota se pelean por el trono.
Qué dificil tu tarea, hermano. Te la regalo. Y todo sin mencionar las horas de estudio en el gimnasio, los sacrificios en la dieta, la renovación de tu vestuario...
Te aprecio, hermano. Pavada de abogado podrías haber sido, si sin haberte entrenado y casi sin habértelo propuesto te parás así, ante la ley, alejando cucarachas, con tremenda presencia e hidalguía.
Es una lástima que tu trabajo no sea bien apreciado; rezo a tu santo -San Pedro, que, como vos, custodia una puerta- para que tu situación cambie. Vos, sin embargo, no cambies nunca. Soy yo el que tiene que cambiar. Porque si yo no puedo pasar es por mi culpa.
No, dejá, hermano. Que ninguna lágrima recorra tu calavera de eslabón perdido. Vos valés mucho.
Así que si no puedo entrar, si no me dejás pasar, doy media vuelta y me voy. Sin problemas. Te deseo lo mejor, hermano patovicoa. Te deseo lo mejor y que te vayas a la muy recalcada concha de tu hermana, cagón de mierda, hijo bobo de King Kong y de una prostituta sifilítica.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El día del canillita

En respectivas solicitadas emitidas por la Asociación de Editores de Diarios de la ciudad de Buenos Aires (AEDBA) y la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) se destaca la importancia de la publicación de diarios durante el 7 de noviembre, fecha en la cual se celebra el tradicional día del canillita.
En los mencionados libelos, se señala la importancia de “sostener la vigencia de las publicaciones impresas” en un momento en el cual los avances tecnológicos han creado “fuentes alternativas” que compiten con éstas (AEDBA); en este sentido, se destaca que “la prensa enfrenta grandes desafíos, aquí y en el mundo, que la obligan a reconvertirse para mantener su vigencia en un contexto de grandes cambios culturales, económicos y tecnológicos” (ADEPA).
Los editores de diarios son conscientes de que realizan una tarea comercial; por esto se refieren a los lectores como “clientes” cuyos hábitos de lectura forman parte de “hábitos de consumo” más generales (AEDBA). No obstante, también dan cuenta –y con muchísima razón- de la relevancia que tiene el “rol institucional” de los diarios de “informar a la ciudadanía” y “estar junto a los cientos de miles de lectores que cotidianamente recurren a los mismos como herramientas de información, cultura, servicio, trabajo y participación” (ADEPA).
En este marco, el 7 de noviembre está visto no sin cierta ambigüedad. Por un lado, los editores reconocen “profundamente el significado del día del canillita y es por esta razón que celebramos con los vendedores esa fecha”; no obstante, por el otro observan “con preocupación la notificación del Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas de no trabajar el 7 de noviembre” (AEDBA). De manera similar, los editores también anuncian que “mañana es el día del vendedor de diarios, y ADEPA coincide en que la mejor manera de acompañar a los quiscos es sirviendo, como siempre, a los lectores. Como sucede con las celebraciones de cada una de las profesiones que intervienen en la producción”.
Una coincidencia dada por la arbitrariedad del calendario quiso que estas líneas se publicaran en el día del trabajador bancario, fecha en la cual ni los bancos ni la bolsa de valores –sectores que intervienen sobremanera en la producción- no sólo no operaron sino que tampoco debieron soportar el agravio de ver impugnado el día de descanso en el cual se conmemora su actividad.
En un momento de inflexible flexibilización laboral se les exige a los trabajadores de los puestos de diarios -“Pymes” según ADEPA- que desarrollen su tarea con normalidad: “es imperioso editar, distribuir y vender los diarios” (AEDBA). Como - pese a “exhortar a los vendedores a que abran sus kioscos (AEDBA) y haber hecho “un esfuerzo procurando que los quiscos estén abiertos mañana” (ADEPA)- no está asegurada la abstención de los canillitas de celebrar su día como lo hacen –por ejemplo- bancarios y docentes, los editores anuncian que ofrecerán “alternativas que garanticen el acceso a los diarios por parte de nuestros lectores y la continuidad del flujo informativo” (AEDBA), y que “se han previsto esquemas de venta a través de puestos alternativos” (ADEPA).
Lejos de analizar si medidas de este tipo están dentro de la legislación vigente que regula la venta de diarios, los editores advierten que lamentarían “profundamente que la vocación de miles de vendedores por cumplir su tarea resulte intimidada” (ADEPA).
Los editores, desde luego, no buscan enfrentarse a los canillitas, a quienes reconocen como uno de los “eslabones” de la actividad que deben colaborar en su fortalecimiento sin presentar “posturas alejadas de la racionalidad”. La finalidad de los editores es tan noble –justamente- como loable: “su objetivo, que aspira sea el de todos los involucrados, no es otro que el de seguir trabajando para garantizar la salud de la prensa escrita. Y su vigencia insustituible como garantía de pluralismo de opinión y debate democrático” (ADEPA).
Ahora bien, los señores editores parecen estar obviando algunas cosas. Ya hemos mencionado que el día del canillita se celebra de manera similar a la que se festeja, por caso, el día del bancario; ya hemos dado a entender que la institución de una fecha de este tipo está relacionada con el hecho de consagrar la dignidad de un trabajo –señalado por los editores mismos como muy importante para una sociedad en democracia-, en un contexto de salvaje flexibilización laboral e igualmente animalizada deshumanización y mercantilización de todo tipo de relación social.
Los señores editores mismos equiparan el hábito de lectura a un hábito de consumo; y los señores editores mismos eligen obviar el hecho de que gran parte de su interés en la publicación indefectible de los diarios reside en el hecho de que ésta les implica una ganancia económica, la cual proviene tanto de la venta de ejemplares como de los cada vez más numerosos espacios destinados a la publicidad, los cuales, por otra parte, garantizan –afortunadamente- la posibilidad de seguir “desarrollando contenidos de excelencia, informes especiales, nuevas secciones y nuevos títulos” (AEDBA).
Los señores editores, por otra parte, no dan cuenta de algo fundamental: la facilidad con la que se han adaptado a los mentados “cambios tecnológicos” que problematizan no ya sólo la prensa escrita sino el soporte papel en general. Los señores editores escogen no decir que sus sitios de Internet son visitados diariamente por decenas de miles de personas, las cuales leen sus contenidos diversificados -tan ampliados en temáticas como reducidos en calidad de prosa- y observan las nuevas formas de publicidad que posibilitan –es necesario decirlo- la gratuidad del acceso.
Los señores editores –que se arrogan no sin cierta pertinencia el deber de abogar por su importancia democrática- seguramente no estén de acuerdo con quienes afirmemos que un día sin diarios no dañará el civismo de ningún ciudadano, el cual podrá seguir in-formándose escuchando radio, viendo televisión o accediendo a Internet, mientras los señores canillitas descansan de los cotidianos despertares anteriores al alba.
No corresponde, por otra parte, a los señores editores, formular en este ámbito una crítica acerca del desdibujamiento en su actividad de ciertos rigores formales que redundan en nuevos contenidos más tendientes al entretenimiento que a la información y más favorables a la venta de un producto tendencioso que al aporte honesto, verídico e inteligente en una sociedad verdaderamente democrática.
Los señores editores, por suerte, no deciden atacar a los canillitas imputándoles ciertas prácticas por lo menos discutibles como la venta de mercadería ilegal en sus puestos –como ser discos de música y de películas-. La discusión, por suerte, es mucho más sencilla: si corresponde que los vendedores de diarios trabajen el 7 de noviembre y se abstengan, de este modo, de atentar contra la sociedad; o si, por el contrario, es conveniente que se tomen el día libre dejándonos muy recelosos, bastante desinformados y acaso un poco menos infelices.

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sábado, 13 de octubre de 2007

Sergei, el ruso gay

Los primeros años de Sergei Tinianov estuvieron marcados por la muerte de su padre, su padrastro y cinco de sus hermanos. Esto, en verdad, fue muy raro, ya que Sergei tenía sólo dos hermanas.
Fueron, precisamente, las jóvenes Marina y Anna las que, desde muy temprano, se ocuparon de brindarle a Sergei una educación de primer nivel: cada día a las seis de la mañana comenzaban sus lecciones de Literatura y Geografía.
Al cumplir los cuatro años, Anna decidió enviar a su hermano al Jardín de Infantes, pero Sergei -que no simpatizaba demasiado con su hermana mayor- le confesó que prefería ser infante de Marina.
A los doce años, y como consecuencia de un malentendido, Sergei inició su precoz carrera en la Armada Rusa.
Su primer nombramiento lo condujo a Siberia, lugar donde comenzó a escribir un diario -"La Gazetta Soviética", del cual hemos extraído gran parte de los datos incluidos en la presente reseña.
Por su artículo “La violeta estepa del norte de Siberia” recibió el premio municipal de literatura y una citación al oculista. Allí los médicos detectaron que Sergei era daltónico.
Al año siguiente, debió trasladarse a la Plaza Roja en Moscú, pero no pudo encontrarla. Frustrado porque su vida militar no lo llevaba a ningún lado, decidió dedicarse de lleno a la literatura. Su novela “La casaca del cosaco” alcanzó singular éxito: vendió tan solo un ejemplar.
Quiso el destino que en una oscura taberna de las afueras de Vladivostok, Sergei descubriera el amor. Habiéndosele detenido el auto, Sergei ingresó al local y solicitó ayuda a los parroquianos. Un fornido marinero -Dimitri Shklovski- se ofreció a empujar su vehículo. Desde el primer momento en que se conocieron, Sergei comprendió que esta relación significaba un impulso importante para su vida.
Pero esto forma parte ya de otra historia.

Tapa II


¡Vamos, Pumas!
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http://www.clarin.com/diario/2007/10/11/tapapapel.htm

domingo, 7 de octubre de 2007

martes, 2 de octubre de 2007

Cualquiera puede estudiar publicidad IV


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Magnus Norman, el mago de la Didáctica II

Recientes descubrimientos nos han acercado nuevos datos acerca del famoso profesor Magnus Norman, quien, gracias a su claridad expositiva, buena predisposición para la enseñanza y –fundamentalmente- su costumbre de hacer aparecer palomas de una galera durante sus clases, supo recibir el mote de “el mago de la Didáctica”.
Al comienzo de su carrera, Magnus supo desempeñarse como Supervisor General Adjunto del Ministerio de Educación. Éste constituyó en realidad su segundo trabajo, ya que el primero –técnico aeronáutico- no supo como hacerlo.
En el área ministerial, su labor consistía en la observación de clases y en la asignación de puntajes a sus colegas. “La tarea me resulta totalmente ingrata” –escribe Magnus en su diario, desconocido hasta el momento-. “Ayer, sin ir más lejos, en el colegio que queda a una cuadra de la oficina, tuve que calificar la tarea de Don José Costa Arenas, mi antiguo profesor de Biología. Hay muchas presiones para jubilarlo y mi opinión al respecto será decisiva. ¿Qué diré en el informe? ¿Prevalecerá el afecto que le tengo o la objetividad de la mirada escrutadora? La clase de Don José fue muy buena, aunque por momentos algo dispersa. Trató sobre la estructura interna del árbol: comenzó por las raíces, siguió por el tronco, pero después –acaso muestra de su vejez- se terminó yendo por las ramas”.
Según sabemos ahora, el trabajo gubernamental de Magnus duró más bien poco. A los seis meses de comenzada su tarea, una fuerte discusión con el Viceministro hizo que el funcionario criticara sus presupuestos teóricos. “El Licenciado Norman” –escribió el Viceministro en una carta a su superior- dice que el hombre en estado de naturaleza es bueno y que la sociedad lo pervierte, afirma que el capitalismo terminará y llegará el momento de la dictadura del proletariado y jura que veinte resmas de papel oficio y cincuenta lapiceras cuestan quince mil pesos. De ninguna manera aceptaré estos presupuestos”.
Evidentemente, la tarea de Magnus en el ministerio terminó de manera escandalosa. Esperamos ansiosos nuevos hallazgos en torno a su excelsa figura.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Las aventuras de Julio César III


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La angustia ante la página en blanco

Suele hablarse con cierta ligereza acerca de la angustia que tiene el escritor ante la página en blanco. Claro está que con "escritor" bien podemos estar refiriéndonos a un hombre de letras dedicado a la creación artística, o bien a un periodista que debe cumplir con estrictos plazos para entregar una nota, o bien a un estudiante que debe construir una monografía lo suficientemente sólida como para que no se derrumbe en un aplazo, por ejemplo. Cualquiera sea el caso, el pavor que produce el no poder comenzar a hilvanar las palabras parece ser algo muy poco deseable. Pamplinas.
La verdadera angustia -de la que nos deberíamos ocupar en nuestras charlas de oficina- no es la del escritor ante la página en blanco sino la del lector ante los cientos de miles de páginas escritas. Nunca leeremos ni una mínima parte de lo que nos gustaría leer, lo cual no sería de por sí tan malo si no le agregáramos el hecho de que jamás tampoco leeremos ni una minimísima parte de aquello que tenemos la obligación de leer.
Notará, estimado lector, que acabamos de señalar una oposición entre el gusto (o el deseo, si usted quiere) y la obligación. Pertítaseme decir algo al respecto.
Imposible. No sé por dónde empezar. Me agobia la angustia del escritor ante la página en blanco.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Las aventuras de Julio César II


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Teoría sobre el origen de los naipes

Al célebre pensador Magnus Norman jamás lo abandonaban las ideas. Sus extensas jornadas de estudio en la biblioteca de la Universidad de Humanidades no diferían mucho de sus pausas recreativas: en ambos momentos Magnus no hacía nada.
Cierto verano, mientras jugaba a los naipes con unos compañeros de trabajo, se detuvo estupefacto: una idea lo había atacado. Fruto de esta súbita inspiración es su ya célebre “Teoría sobre el origen de los naipes”, a cuyo texto pertenece el fragmento que citamos a continuación.

Los naipes poseen un espíritu de cuerpo verdaderamente envidiable: si una carta se pierde, sus compañeras de mazo se solidarizan y se abstienen de hacer posible la continuación de cualquier tipo de juego. El despido de una sola carta vuelve al resto de la baraja completamente inútil; el trauma de la ausencia diluye las diferencias entre palos, números y figuras.
Hay, sin embargo, ciertas excepciones. Los juegos que se disputan con solamente una parte de todo el mazo permiten que las cartas no utilizadas reemplacen a las eventualmente perdidas. De esta manera, en el caso del Truco, por ejemplo, los ochos y los nueves constituyen un excelente banco de suplentes que permite paliar las ausencias de –llegado el caso- el cuatro de copas, el tres de basto, el as de espadas. Para facilitar estas sustituciones, la modificación de la naturaleza de la carta redimida bien puede explicitarse mediante una inscripción: “culo sucio”, por ejemplo, se escribirá sobre el ocho de copas si se pierde el as de oro.
Los jugadores pueden así aprovechar al máximo su baraja, sin temer que alguna carta remarcada por el uso u olvidada debajo de algún mueble torne inútil al resto de sus compañeras; el límite de sustituciones está dado por la cantidad de cartas que no se utilizan y por las características del juego en cuestión.
Ahora bien, imaginamos la aparición de un mazo nuevo de características idénticas a la baraja diezmada. ¿Qué corresponde hacer en este caso? ¿Debe el ocho de copas que dice “culo sucio” dejar su lugar al as de oro del nuevo mazo? ¿Son los dos igualmente útiles, auténticos, merecedores de ser de la partida?
El presente relato prefiere renegar de toda alegoría toda vez que nos conduce a las siguientes sospechas. Acaso ninguna carta sea lo que dice ser. Tal vez todas se encuentren reemplazando a naipes pretéritos ya perdidos. Acaso nuestra naturaleza no resida más que en simples disfraces, usos y costumbres. Y tal vez otras personas estén guardadas en el mazo, haciéndose las sotas, esperando reemplazarnos cuando nos quedemos olvidados debajo de algún mueble con expresión de "culo sucio".

Los músicos XVII


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(Versión mejorada de http://munduna.blogspot.com/2005/09/hamlet.html)

viernes, 7 de septiembre de 2007

Cualquiera puede estudiar publicidad III

Con motivo del inminente Mundial de Rugby que tendrá lugar en Francia, nuestra agencia de publicidad ha sido contratada por una empresa de medicina prepaga para realizar una campaña al respecto.
Partiendo del concepto "Los pumas llegaron a Francia", los maravillosos cerebros de nuestra agencia pusieron manos a la obra y llegaron a buen puerto. El siguiente afiche publicitario es muestra de esto: ha sido seleccionado por la empresa auspiciante y salió publicado esta semana en distintos matutinos.

Propuesta elegida: "6 de junio de 1944. Desembarco de Normandía".

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Más allá de este genial afiche que resultó elegido por las enormes personas que dirigen la empresa auspiciante, las mentes creativas de nuestra agencia desarrollaron otras excelentes ideas que, no obstante, debieron ser descartadas. Es un placer compartir con ustedes estos afiches alternativos.

Propuesta descartada 1: "22 de abril de 1968. Mayo Francés."

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Propuesta descartada 2: "21 de enero de 1793. Ejecución de Luis XVI"-

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La satisfacción por el trabajo bien realizado nos llena de orgullo y tranquilidad en la agencia. Sin embargo, guardamos una ligera sospecha: la tímida certeza de que, casi de seguro, ningún rugbier comprenda nuestras propagandas. O cualquier otra cosa.

martes, 4 de septiembre de 2007

Magnus Norman, el mago de la Didáctica I

En los oscuros pasillos de la Universidad de Humanidades los oídos atentos saben percibir todavía los murmullos que recuerdan la vida de Magnus Norman. Teórico eminente, fue, no obstante, su labor como profesor la que le inculcó el bien merecido mote de “mago de la Didáctica”.
Querido por sus alumnos, respetado por sus pares y admirado por sus métodos de enseñanza –por el contrario, bastante impares-, Magnus era capaz de enseñar de manera satisfactoria cualquier cosa: “París es la capital de España”, “el poroto es una planta monocotiledónea”, “el hidrógeno es un metal”, entre otras barbaridades.
Con las anécdotas que enlistaremos a continuación no intentamos abarcar todos los aspectos de la vida del maravilloso Magnus; guardamos, empero, la esperanza de dejarle al ávido lector por lo menos una muestra del talante de este gran hombre.

- Huérfano desde los seis años, el niño Magnus sorprendió a las autoridades del Instituto Oliver Twist cuando, a raíz de un problema cardíaco que sufriera el viejo Hans –celador del orfanato-, debió conducirlo en automóvil al hospital. Esta premura en la atención salvó la vida del fiel ordenanza. Cuando fue consultado acerca de quién le había enseñado a manejar, Magnus simplemente respondió: “aprendí solo”. Mostraba así, desde chico, su genial condición de auto didacta.
- La asignación de la prestigiosa beca Edinburg, le permitió al joven Magnus proseguir sus estudios en la Universidad de Humanidades. A pesar de recibir instrucción en Literatura, Sociología y Antropología, la presencia de la bella Doctora Susan Henderson hizo que Magnus se interesara en la clase de Matemáticas por sus senos, sus cosenos y sus tangentes.
- El curso de Psicología a cargo de la voluptuosa Licenciada Molly Allen fue el responsable de que Magnus volviera a volcar su interés hacia las Humanidades: al percibir la magnitud de la propuesta bibliográfica de la docente, Magnus no pudo menos que exclamar boquiabierto qué buen corpus.
- Tras finalizar los estudios en tiempo récord, una experiencia lo marcó para siempre: a dos cuadras de la Universidad, Magnus se hizo tatuar en su brazo derecho la figura de una calavera.
- A los treinta años Magnus se casó con su mentora Molly Allen. La luna de miel en el Lejano Oriente introdujo a la pareja en una cultura hasta entonces desconocida; a partir de ese momento, Magnus sería un militante admirador de aquella cultura milenaria. Tanto fue así, que cuando nació Thomas, su primer hijo, Magnus se propuso férreamente enseñarle karate y otras artes marciales “aunque sea a patadas”.
- Durante un conflicto con estudiantes de la Universidad de Humanidades, Magnus tomó la palabra ante una numerosa asamblea. Frente al silencio inmediato de la multitud, habló con belleza y simpleza: “olvídense de las caricaturas. El corazón tiene forma de puño cerrado. ¿Qué significa esto? Pues que debemos agregar a nuestras pasiones la claridad y la concreción de una certeza; debemos sumar a la formulación humanista de nuestras ideas, el implacable rigor de un puñetazo".
- Magnus desapareció misteriosamente de su oficina un 13 de julio. La última nota escrita en su diario resulta bastante lóbrega: “No es por ser pesimista, pero creo que todo me saldrá muy mal”.

viernes, 17 de agosto de 2007

Las aventuras de El Gauchito Gil I


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La planchuela oblonga (parte 5 de 5)

Cuando desperté, el barco ya había anclado en el puerto de Bahía Carolina. Me sorprendió encontrarme solo, sin siquiera las atenciones de las hermanas Fosatti. Subí a la cubierta; el Capitán se encontraba apoyado en la barandilla, observando cómo unos hombres del lugar descargaban el contenido de la bodega. Con tono tranquilo, mientras fumaba de su pipa, me contó todo lo sucedido después de mi desmayo: cómo Magdalena se arrojó al mar para rescatar la misteriosa planchuela oblonga; cómo el más fornido de los marineros se tiró para salvar a la señora Fosatti; cómo las jóvenes hermanas saltaron por la borda temerosas por la vida del marinero fornido; cómo el resto de la tripulación se arrojó procurando evitar que las chicas se ahogaran; cómo una inesperada y enorme ola barrió con todos, alejándolos del barco cada vez más; cómo todas las veinticuatro personas que se habían arrojado al mar se ahogaron ante sus propios ojos sin que él -el capitán, ni más ni menos- nada pudiera hacer; cómo se preocupó por mi salud al ver que no recuperaba la conciencia; cómo tuvo que maniobrar en soledad para conseguir llegar al puerto; y cuán enorme fue su estremecimiento cuando descubrió en la bodega, una vez en tierra firme, la aparición de un cargamento de veinticinco planchuelas oblongas que, según el manifiesto, nadie había llevado allí.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Cualquiera puede estudiar publicidad II


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La planchuela oblonga (parte 4 de 5)

Preocupado por la salud mental de mi amigo, decidí interrumpir mi arbitrario enclaustramiento y hablar con él. Era de noche cuando toqué la puerta de su camarote. Magdalena me dijo que no se encontraba allí, y que de todas maneras no volvería pues nunca dormía con su marido. Este hecho me pareció raro. Fui a buscar a las hermanas de Marcos; al acercarme a su camarote, dos marineros salieron con el torso desnudo, volviendo su vista a cada paso para intercambiar risas cómplices con las jóvenes. Este hecho no me pareció raro, así como tampoco el detalle de que ellas nada supieran sobre el paradero de su hermano.
Recorrí todo el barco en busca de mi amigo; la pesquisa fue inútil. Comunicarle esta extraña situación al Capitán me pareció lo más acertado. “Capitán”, le dije acercándome al timón, “debo comunicarle una extraña situación”. El Capitán recibió la noticia de la desaparición de Marcos con tranquilo escepticismo: “su amigo está medio desquiciado; ya aparecerá por ahí; debe haber encontrado un buen lugar en el cual esconderse con su querida planchuela”. Lamentablemente, no podía acompañar al Capitán en su optimismo; sí lo hice durante la cena, luego de la cual fumamos en su camarote un poco del sabroso tabaco de Santa Julieta.
Los días pasaron y de Marcos nada se sabía. Decidí interrogar a los hombres de la tripulación uno por uno, sospechando que alguno de ellos podría haber tenido algún entredicho con mi amigo. Las hermanas de Fosatti colaboraron en mis indagaciones entrevistándose de manera privada en su camarote con todos y cada uno de los sospechosos. Quedaban dos jornadas más de travesía cuando junto a Magdalena fui al camarote del Capitán para informarle sobre los nulos resultados de las investigaciones. La mujer se lamentaba sobre el hombro del marino en el momento en el que escuchamos un ruido extraño. Nos dirigimos rápidamente a cubierta y encontramos a gran parte de la tripulación alborotada, asomada por la baranda de estribor, gritando. Alguien -o algo- había caído al agua. Me asomé yo mismo y observé con estupor la planchuela oblonga de mi amigo, flotando a unos metros del ARA Francisco Pascasio Moreno, alejándose a cada instante. “¿¡Quién tiró esa planchuela!? ¿¡Quién tiró esa planchuela!? ¿¡Alguien vio qué pasó!?”, indagué con consternación y cólera. Uno de los marineros calmó mi preocupación golpeándome fuertemente en la cabeza.

viernes, 10 de agosto de 2007

Cualquiera puede estudiar publicidad I


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La planchuela oblonga (parte 3 de 5)

El domingo partimos al amanecer. Al mediodía almorcé junto a los nuevos pasajeros en el camarote del Capitán. Marcos, usualmente agradable y animado en la charla, se mostraba más bien inquieto y retraído, y observaba a cada momento la planchuela oblonga que había dejado apoyada sobre la puerta. Margaret, por su parte, indagaba cuestiones básicas sobre navegación que el Capitán respondía con amable didactismo. Las hermanas de Marcos me preguntaban, a su vez, acerca de mi trabajo y tocaban suavemente mis muslos al final de cada interrogación.
Cuando subimos a cubierta dispuestos a probar el tabaco cargado en Santa Julieta, aproveché la ocasión para consultar a Marcos la utilidad de la planchuela oblonga. Al escucharme, mi viejo amigo tiró su pipa al piso y tomó rápidamente el preciado objeto de chapa que había dejado sobre la barandilla. Me miró fijamente con los ojos bien abiertos y los brazos alrededor de la planchuela. Enseguida se comenzó a reír infantilmente, tomó la pipa del piso y la limpió con su camisa. Luego se desmayó. Observando su cuerpo sobre la planchuela, pensé que debía ser un elemento muy preciado para él.
A raíz de este incidente, el Capitán me recomendó que evitara tratar a mi amigo, quien seguramente se encontraba sufriendo algún tipo de alienación mental producido por el vaivén propio de los viajes de altamar. Alegando una recaída de mi estado de salud, me recluí en mi camarote y dejé de ver a Marcos, que, de todas formas, todos las mañanas llamaba a mi puerta para consultar cómo me encontraba. Esta nueva cuarentena, no obstante, resultó bastante menos ingrata que la anterior, ya que recibía los cuidados de las hermanas del señor Fosatti, para quienes estar atentas a mis necesidades durante toda la noche no era menos importante que estarlo durante todo el día -sino que, por el contrario, era más importante-. Fueron las mismas jóvenes las que me relataban las excentricidades de su hermano: las extensas recorridas por cubierta, las visitas a la sala de máquinas, las increpaciones a cada miembro de la tripulación que detectaba observándolo siquiera de reojo, los gritos espontáneos al cielo que le ponían la piel de gallina a más de uno, el terror que le ocasionaba la mera observación del timón; y cada una de estas acciones eran realizadas por la figura de Marcos junto a su planchuela, de la cual no se desprendía ni un instante.

martes, 7 de agosto de 2007

Blancanieves


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La planchuela oblonga (parte 2 de 5)

A Marcos lo conocía de la juventud, y compartía con él el interés por las Buenas Artes, la inteligencia y la bonhomía. Sin embargo, a raíz de la distancia que mi trabajo implicaba, hacía mucho tiempo que no nos tratábamos sino por correspondencia.
Luego de volver rápidamente a cubierta, saludé al señor Fosatti con efusividad, pero sentí cierta frialdad: la temperatura había disminuido marcadamente. “Será mejor que vayamos a los camarotes, querido”, propuso, tiritando, su esposa.
Marcos y su señora (“la encantadora Magdalena”, según la mencionaba en sus epístolas), habían contraído nupcias dos veranos atrás, por lo que era la primera vez que tenía oportunidad de tratar a ambos personalmente.Debo decir que tres cosas me sorprendieron de la llegada de Marcos. En primer lugar, mi viejo amigo llevaba bajo el brazo una planchuela oblonga, una laminilla de imitación de chapa de unos ciento ochenta centímetros de largo por sesenta y dos de ancho; muy raro me resultó el hecho de que no encargara el transporte de este objeto a uno de los marineros. “Debe ser un elemento muy preciado para él”, pensé. En segundo lugar, me llamó la atención la esposa de Marcos, Magdalena, quien a simple vista no sólo no confirmaba el apodo que su marido le otorgaba sino que lo refutaba con fuertes argumentos. Pese a mi usual discreción, la verdad es que no pude impedirme de considerar a la señora Fosatti como una mujer rotundamente fea. Si no de una fealdad positiva, no estaba, creo, muy lejos de ello. Vestía, eso sí, con exquisito gusto, y no dudé entonces de que había cautivado el corazón de mi amigo por las gracias más duraderas de la inteligencia y del espíritu. Las hermanas de Marcos, por el contrario, contrastaban esta imagen con un rostro grácil, una predisposición más que amena y un elocuente escote, y esto fue lo tercero que me llamó la atención.

Fortachón


Hacé click en la imagen para agrandarla. Los dibujos son de Leticia. 

La planchuela oblonga (parte 1 de 5)

El Capitán del ARA Francisco Pascasio Moreno me había alentado para que subiera a cubierta. Mi estado de salud no había sido el mejor y mi resguardo en el camarote recorría ya su tercera semana. “Ande, no sea así: si ya se encuentra mucho mejor... súbase a cubierta nomás, le vendrá bien un poco de aire fresco”, me había instado el Capitán. Y yo accedí, seducido por la posibilidad de respirar la suave y reconfortante brisa marina.
Sin embargo, al subir a cubierta me vi sorprendido por una baranda impresionante.
Evidentemente, los marineros habían estado realizando trabajos en la cubierta durante mi reducida cuarentena y ahora el barco parecía otro, cercado como estaba en todo su perímetro por una barandilla de imitación de bronce que evitaba con respetable efectividad la caída por la borda de las personas menos avezadas en la travesía naval.
A la notable mejoría de mi estado de salud durante las siguientes jornadas –un martes y un miércoles- le sucedieron dos cosas: el día jueves, por un lado, y el día viernes, por el otro. El sábado por la mañana arribamos al Puerto de Santa Julieta.
Los marineros cargaban las provisiones en la bodega cuando noté, apoyado en la baranda mientras contemplaba a los trabajadores, que unos nuevos pasajeros se disponían a abordar. Me acerqué al Capitán para preguntarle si esperaba nuevos pasajeros: “¿espera nuevos pasajeros, Capitán”, le consulté. No fue sino grata la sorpresa que sentí cuando el buen hombre me informó que las personas que se unían a la travesía eran el célebre escritor Marcos Fosatti, su esposa y sus dos hermanas.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Radioteatro VIII

MTV Latin America
presenta a
Juan Mundillo
en
una nueva aventura de Juan Mundillo
"Mundillo sienta cabeza"
Con la actuación especial de Mariano Luna como Manuel.
Radioteatro grabado en el estudio móvil de Infomae el 1º de agosto de 2007

martes, 31 de julio de 2007

Las aventuras de MacGyver I


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Aclaración: la versión original de esta foto incluía una imagen de MacGyver masturbándose en la puerta de Easy, y no presentaba ningún texto. La presente versión es de peor calidad, pero decorosa.

viernes, 20 de julio de 2007

lunes, 16 de julio de 2007

Gran concurso: ¿Cómo termina el chiste?


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Dejá tus comentarios proponiendo finales para los chistes.
¡Hay premios interesantísimos para los que acierten!

martes, 10 de julio de 2007

Hay que obedecer a los padres

Tu padre te había dado plata de más para que te tomaras un taxi, pero no, Julieta, no. Vos preferiste ahorrarte ese dinero para poderte comprar más tragos en el boliche.
Tu padre te había dicho “cuidado en la calle; no camines nunca sola”, pero no, Julieta, no. A vos no te importó cruzar por debajo de la autopista a cualquier hora, completamente sola, abandonada a aquellas feroces cosas que la huida de tus pies apenas podrían postergar unos segundos.
“Vení que te voy a mostrar lo que es bueno”, te dijo, Julieta, el hombre desbordante de libido que se te apareció aquella noche en la que preferiste no tomar el taxi, en la que no te importó bajarte en la parada de colectivo que volvía inevitable el cruce por debajo de la autopista.
“Vení que te voy a mostrar lo que es bueno”, insistió, Julieta, el hombre lascivo con la boca llena de saliva, y su sugerencia se transformó en orden, y vos, aunque trataste, Julieta, no pudiste escapar, y el hombre te llevó a un terreno baldío al lado de la vía.
“Ahora vas a ver lo que es bueno”, dijo el hombre, fundamentalista de la juerga mal habida, y te tomó fuertemente de la cintura, y te dio vuelta contra un paredón, y te agarró los pelos con aquello que no pudiste juzgar sino como terrorífica violencia.
“¡Mirá, mirá lo que es bueno!”, te gritó el hombre con rudeza inusitada, con tanto desenfreno que hizo que su accionar hasta el momento pareciera el de un caballero; te gritó eso, Julieta, y te dirigió la mirada al paredón, a un sector de la enorme pared que estaba al costado de la vía, y pudiste ver, Julieta, desdichada, aquello bueno que el hombre quería mostrarte. Había algo escrito en la pared, Julieta. Empezaste a leer: Tu padre te había dado plata de más para que te tomaras un taxi, pero no Julieta, no...

domingo, 24 de junio de 2007

El de la derecha tiene siempre prioridad

Texto basado en uno anterior escrito en octubre de 2004.

De los discursos emitidos recientemente en conmemoración de fechas patrias, llama particularmente la atención uno pronunicado en la cancha de Olimpo de Bahía Blanca. Allí, un exultante descendiente del escritor Leopoldo Lugones supo anunciar con vehemencia: "ha sonado la hora de Laspada".

A continuación, algunos comentarios igualmente interesantes proferidos por el diestro orador:

- "Siempre es mejor una derecha reaccionaria que una izquierda sin reacción y un centro con mucho tránsito".
- "No convocamos a la revolución sino a la evolución: ¡dejemos de ser simios! ¡cortémonos el pelo, afeitémonos, descendamos de los árboles!"
- "La izquierda sólo existe para alimentar las arcas de los imprenteros de volantes y panfletos, hábiles capitalistas que viven a expensas de la crítica al sistema que fortalecen sus propios detractores".
- "Se me acusa de racista por mi desprecio a chinos y judíos a partir de unas declaraciones que salieron publicadas en un matutino. Debo decir que mis expresiones han sido sacadas fuera de contexto, por lo que realizaré una rectificación: también tengo serias dudas acerca de la humanidad de los negros".
- "No estoy de acuerdo con aquellos que proponen construir una muralla en la Avenida General Paz. Las motivaciones de un proyecto de tal envergadura son nobles, lo admito. Sin embargo, debemos prestar atención: si nos aislamos completamente de la barbarie, ¿quiénes limpiarán nuestras casas, quiénes construirán nuestros hogares, quiénes manejarán nuestros transportes?"
- "Se nos ha acusado con malicia de querer hacer negocios a costa del Estado. Se ha puesto en duda nuestra ética afirmando que compramos la opinión de periodistas. Se ha comentado por lo bajo que no nos motiva más que la ambición y la codicia. Se ha puesto en marcha una burda campaña para mostrarnos como monstruos insensibles y feroces. Pues déjenme aclararles algo: tienen razón en todo lo que dicen".
Concluiremos esta breve reseña de declaraciones del descendiente de Leopoldo Lugones con la transcripción completa de su poema inédito titulado "Salutación al águila". Este bello texto -escrito en ocasión del alineamiento de la ciudad de Bahía Blanca con los preceptos e ideales del gran imperio del norte- constituye una verdadera loa sin parangones, sobria y justa, digna de un gran poeta:

"Salutación al águila", de Leopoldo Lugones:

Salud, águila.