viernes, 17 de agosto de 2007

Las aventuras de El Gauchito Gil I


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La planchuela oblonga (parte 5 de 5)

Cuando desperté, el barco ya había anclado en el puerto de Bahía Carolina. Me sorprendió encontrarme solo, sin siquiera las atenciones de las hermanas Fosatti. Subí a la cubierta; el Capitán se encontraba apoyado en la barandilla, observando cómo unos hombres del lugar descargaban el contenido de la bodega. Con tono tranquilo, mientras fumaba de su pipa, me contó todo lo sucedido después de mi desmayo: cómo Magdalena se arrojó al mar para rescatar la misteriosa planchuela oblonga; cómo el más fornido de los marineros se tiró para salvar a la señora Fosatti; cómo las jóvenes hermanas saltaron por la borda temerosas por la vida del marinero fornido; cómo el resto de la tripulación se arrojó procurando evitar que las chicas se ahogaran; cómo una inesperada y enorme ola barrió con todos, alejándolos del barco cada vez más; cómo todas las veinticuatro personas que se habían arrojado al mar se ahogaron ante sus propios ojos sin que él -el capitán, ni más ni menos- nada pudiera hacer; cómo se preocupó por mi salud al ver que no recuperaba la conciencia; cómo tuvo que maniobrar en soledad para conseguir llegar al puerto; y cuán enorme fue su estremecimiento cuando descubrió en la bodega, una vez en tierra firme, la aparición de un cargamento de veinticinco planchuelas oblongas que, según el manifiesto, nadie había llevado allí.

miércoles, 15 de agosto de 2007

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La planchuela oblonga (parte 4 de 5)

Preocupado por la salud mental de mi amigo, decidí interrumpir mi arbitrario enclaustramiento y hablar con él. Era de noche cuando toqué la puerta de su camarote. Magdalena me dijo que no se encontraba allí, y que de todas maneras no volvería pues nunca dormía con su marido. Este hecho me pareció raro. Fui a buscar a las hermanas de Marcos; al acercarme a su camarote, dos marineros salieron con el torso desnudo, volviendo su vista a cada paso para intercambiar risas cómplices con las jóvenes. Este hecho no me pareció raro, así como tampoco el detalle de que ellas nada supieran sobre el paradero de su hermano.
Recorrí todo el barco en busca de mi amigo; la pesquisa fue inútil. Comunicarle esta extraña situación al Capitán me pareció lo más acertado. “Capitán”, le dije acercándome al timón, “debo comunicarle una extraña situación”. El Capitán recibió la noticia de la desaparición de Marcos con tranquilo escepticismo: “su amigo está medio desquiciado; ya aparecerá por ahí; debe haber encontrado un buen lugar en el cual esconderse con su querida planchuela”. Lamentablemente, no podía acompañar al Capitán en su optimismo; sí lo hice durante la cena, luego de la cual fumamos en su camarote un poco del sabroso tabaco de Santa Julieta.
Los días pasaron y de Marcos nada se sabía. Decidí interrogar a los hombres de la tripulación uno por uno, sospechando que alguno de ellos podría haber tenido algún entredicho con mi amigo. Las hermanas de Fosatti colaboraron en mis indagaciones entrevistándose de manera privada en su camarote con todos y cada uno de los sospechosos. Quedaban dos jornadas más de travesía cuando junto a Magdalena fui al camarote del Capitán para informarle sobre los nulos resultados de las investigaciones. La mujer se lamentaba sobre el hombro del marino en el momento en el que escuchamos un ruido extraño. Nos dirigimos rápidamente a cubierta y encontramos a gran parte de la tripulación alborotada, asomada por la baranda de estribor, gritando. Alguien -o algo- había caído al agua. Me asomé yo mismo y observé con estupor la planchuela oblonga de mi amigo, flotando a unos metros del ARA Francisco Pascasio Moreno, alejándose a cada instante. “¿¡Quién tiró esa planchuela!? ¿¡Quién tiró esa planchuela!? ¿¡Alguien vio qué pasó!?”, indagué con consternación y cólera. Uno de los marineros calmó mi preocupación golpeándome fuertemente en la cabeza.

viernes, 10 de agosto de 2007

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La planchuela oblonga (parte 3 de 5)

El domingo partimos al amanecer. Al mediodía almorcé junto a los nuevos pasajeros en el camarote del Capitán. Marcos, usualmente agradable y animado en la charla, se mostraba más bien inquieto y retraído, y observaba a cada momento la planchuela oblonga que había dejado apoyada sobre la puerta. Margaret, por su parte, indagaba cuestiones básicas sobre navegación que el Capitán respondía con amable didactismo. Las hermanas de Marcos me preguntaban, a su vez, acerca de mi trabajo y tocaban suavemente mis muslos al final de cada interrogación.
Cuando subimos a cubierta dispuestos a probar el tabaco cargado en Santa Julieta, aproveché la ocasión para consultar a Marcos la utilidad de la planchuela oblonga. Al escucharme, mi viejo amigo tiró su pipa al piso y tomó rápidamente el preciado objeto de chapa que había dejado sobre la barandilla. Me miró fijamente con los ojos bien abiertos y los brazos alrededor de la planchuela. Enseguida se comenzó a reír infantilmente, tomó la pipa del piso y la limpió con su camisa. Luego se desmayó. Observando su cuerpo sobre la planchuela, pensé que debía ser un elemento muy preciado para él.
A raíz de este incidente, el Capitán me recomendó que evitara tratar a mi amigo, quien seguramente se encontraba sufriendo algún tipo de alienación mental producido por el vaivén propio de los viajes de altamar. Alegando una recaída de mi estado de salud, me recluí en mi camarote y dejé de ver a Marcos, que, de todas formas, todos las mañanas llamaba a mi puerta para consultar cómo me encontraba. Esta nueva cuarentena, no obstante, resultó bastante menos ingrata que la anterior, ya que recibía los cuidados de las hermanas del señor Fosatti, para quienes estar atentas a mis necesidades durante toda la noche no era menos importante que estarlo durante todo el día -sino que, por el contrario, era más importante-. Fueron las mismas jóvenes las que me relataban las excentricidades de su hermano: las extensas recorridas por cubierta, las visitas a la sala de máquinas, las increpaciones a cada miembro de la tripulación que detectaba observándolo siquiera de reojo, los gritos espontáneos al cielo que le ponían la piel de gallina a más de uno, el terror que le ocasionaba la mera observación del timón; y cada una de estas acciones eran realizadas por la figura de Marcos junto a su planchuela, de la cual no se desprendía ni un instante.

martes, 7 de agosto de 2007

Blancanieves


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La planchuela oblonga (parte 2 de 5)

A Marcos lo conocía de la juventud, y compartía con él el interés por las Buenas Artes, la inteligencia y la bonhomía. Sin embargo, a raíz de la distancia que mi trabajo implicaba, hacía mucho tiempo que no nos tratábamos sino por correspondencia.
Luego de volver rápidamente a cubierta, saludé al señor Fosatti con efusividad, pero sentí cierta frialdad: la temperatura había disminuido marcadamente. “Será mejor que vayamos a los camarotes, querido”, propuso, tiritando, su esposa.
Marcos y su señora (“la encantadora Magdalena”, según la mencionaba en sus epístolas), habían contraído nupcias dos veranos atrás, por lo que era la primera vez que tenía oportunidad de tratar a ambos personalmente.Debo decir que tres cosas me sorprendieron de la llegada de Marcos. En primer lugar, mi viejo amigo llevaba bajo el brazo una planchuela oblonga, una laminilla de imitación de chapa de unos ciento ochenta centímetros de largo por sesenta y dos de ancho; muy raro me resultó el hecho de que no encargara el transporte de este objeto a uno de los marineros. “Debe ser un elemento muy preciado para él”, pensé. En segundo lugar, me llamó la atención la esposa de Marcos, Magdalena, quien a simple vista no sólo no confirmaba el apodo que su marido le otorgaba sino que lo refutaba con fuertes argumentos. Pese a mi usual discreción, la verdad es que no pude impedirme de considerar a la señora Fosatti como una mujer rotundamente fea. Si no de una fealdad positiva, no estaba, creo, muy lejos de ello. Vestía, eso sí, con exquisito gusto, y no dudé entonces de que había cautivado el corazón de mi amigo por las gracias más duraderas de la inteligencia y del espíritu. Las hermanas de Marcos, por el contrario, contrastaban esta imagen con un rostro grácil, una predisposición más que amena y un elocuente escote, y esto fue lo tercero que me llamó la atención.

Fortachón


Hacé click en la imagen para agrandarla. Los dibujos son de Leticia. 

La planchuela oblonga (parte 1 de 5)

El Capitán del ARA Francisco Pascasio Moreno me había alentado para que subiera a cubierta. Mi estado de salud no había sido el mejor y mi resguardo en el camarote recorría ya su tercera semana. “Ande, no sea así: si ya se encuentra mucho mejor... súbase a cubierta nomás, le vendrá bien un poco de aire fresco”, me había instado el Capitán. Y yo accedí, seducido por la posibilidad de respirar la suave y reconfortante brisa marina.
Sin embargo, al subir a cubierta me vi sorprendido por una baranda impresionante.
Evidentemente, los marineros habían estado realizando trabajos en la cubierta durante mi reducida cuarentena y ahora el barco parecía otro, cercado como estaba en todo su perímetro por una barandilla de imitación de bronce que evitaba con respetable efectividad la caída por la borda de las personas menos avezadas en la travesía naval.
A la notable mejoría de mi estado de salud durante las siguientes jornadas –un martes y un miércoles- le sucedieron dos cosas: el día jueves, por un lado, y el día viernes, por el otro. El sábado por la mañana arribamos al Puerto de Santa Julieta.
Los marineros cargaban las provisiones en la bodega cuando noté, apoyado en la baranda mientras contemplaba a los trabajadores, que unos nuevos pasajeros se disponían a abordar. Me acerqué al Capitán para preguntarle si esperaba nuevos pasajeros: “¿espera nuevos pasajeros, Capitán”, le consulté. No fue sino grata la sorpresa que sentí cuando el buen hombre me informó que las personas que se unían a la travesía eran el célebre escritor Marcos Fosatti, su esposa y sus dos hermanas.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Radioteatro VIII

MTV Latin America
presenta a
Juan Mundillo
en
una nueva aventura de Juan Mundillo
"Mundillo sienta cabeza"
Con la actuación especial de Mariano Luna como Manuel.
Radioteatro grabado en el estudio móvil de Infomae el 1º de agosto de 2007