lunes, 29 de septiembre de 2008

La X marca el lugar

24 y Lost, dos series que revolucionaron la forma de narrar historias en televisión durante la primera década del siglo XXI, encuentran en The X Files (1993-2002) su antecedente más relevante. Antes de aceptar los fundamentos de esta observación, debemos hacer, no obstante, un par de consideraciones.
Los expedientes secretos X es una serie de ciencia ficción, de terror y de misterio. Cualquiera sea la etiqueta detrás de la cual la encolumnemos, la creación de Chris Carter –y a esta altura no podemos dejar de mencionar a su principal colaborador, Frank Spotnitz- es una serie de género. “De género” no quiere decir “de culto”; la distinción recuerda que más allá de la devoción de los fanáticos, cada capítulo de la serie debe ser observado inicialmente a partir de los restricciones y posibilidades propias del género al que ésta suscribe.
En este sentido, el éxito de Código X resultó inesperado tanto para aquellos amantes de las historias con seres de otros planetas como para aquellos otros que en general encuentran dificultades para firmar los pactos ficcionales que todo relato fantástico precisa.
¿Cómo explicar, entonces, el éxito de una serie como ésta? En primer lugar, digamos que la principal virtud de Los expedientes X termina siendo su transversalidad, vale decir, la capacidad de, afianzándose dentro de un género, impulsarse hacia otros –comedia, thriller, drama, romance- para funcionar de una manera mucho más rica y diversa.
Por otra parte, no podemos olvidar la gran responsabilidad que le corresponde a la pareja protagónica, Fox Mulder y Dana Scully. Que uno representa la mirada crédula y la otra el punto de vista escéptico y científico, que existe entre ambos un amor platónico, que la química entre los actores –David Duchovny y Gillian Anderson- ha sido la garantía del éxito de la serie, etcétera, son todas cosas que ya se han dicho en otros sitios y que, en todo caso, con más tiempo, habría que volver a analizar.
El estreno de Los expedientes secretos X: quiero creer, en cambio, nos obliga a un análisis más inmediato.
Ahora bien, es inevitable, no obstante, volver sobre algunos otros aspectos de la serie, la cual ya contó en 1998 con una incursión en la pantalla grande –que se colocó entre la quinta y la sexta temporada y dejó de lado a quienes no seguían la serie, como ha admitido recientemente Duchovny-.
Durantes las últimas dos temporadas, la ausencia a medias de Duchovny, precisamente, produjo en la serie un conjunto de modificaciones que el público no acompañó, por lo que The X Files dejó de transmitirse sin que tuviéramos ocasión de aplaudir debidamente sus diferentes virtudes: el diseño de producción impecable, la gran mayoría de guiones sutiles e inteligentes, el desarrollo de una mitología propia a través de unos 70 capítulos -de un total de poco más de 200-, etcétera.
Teniendo en cuenta esto, actores y productores conservaron la fantasía del regreso como una posibilidad que tarde o temprano se realizaría.
Chris Carter, en este sentido, parece haber asumido su condición de dueño de la pelota y se hizo cargo de todo: de la dirección de la película, de la producción y de su guión -junto a su fiel compañero Spotniz-. Y se hizo cargo también de una decisión fundamental: la película no lidiaría con la compleja trama de conspiraciones entre agentes secretos del gobierno estadounidense y seres de otros planetas; la mitología a la que hacíamos referencia quedaría dejada de lado, por lo menos por el momento.
En la nueva película no hay ninguna mención sobre seres de otros planetas; los fanáticos de las historias de extraterrestres se verán sin duda decepcionados. Sin embargo, la valiente intención de Carter de hacer una película “de género” antes que “de culto” no puede menos que admirarse.
En una época en la cual Lost se ha constituido como la narración fantástica “de culto” por excelencia –con un éxito masivo a nivel mundial completamente asombroso (y bastante justificado, por otra parte)- el equipo de The X Files decidió no abandonar la ciudad de Vancouver donde comenzó a filmarse la serie para realizar una segunda película que, por momentos, se regodea en su producción a baja escala.
Carter y su equipo emprenden el regreso afianzándose en un relato típicamente escabroso (con tráfico de órganos y redes de pedofilia incluidas), que encuentra su principal antecedente en una de las obras de misterio más grandes de la literatura. Lo único que queda de aquella mitología son –nada más y nada menos- los personajes.
Si bien ciertos detalles de la trama fantástico-policial avanzan a través de arbitrariedades propias del género, cada diálogo entre los personajes principales, en cambio, aparece debidamente argumentado. Mulder y Scully se encuentran completamente humanizados, lo cual no debe sorprendernos: la indagación sobre la naturaleza humana es distintiva de los relatos de monstruos.
La tensión entre ciencia y religión, otro tópico característico de la ciencia ficción, aparece en la película planteado con ambiciosa relevancia. Si bien el tono recae en algunas ocasiones en un espiritualismo New Age à-la-Coelho, los diálogos que Carter y Spotniz construyen superan con creces la cháchara existencialista y soporífera de series como Héroes, por mencionar otra programa de género/ de culto que le debe mucho a X-Files.
Hasta el momento, la película ha fracasado comercialmente en Estados Unidos y muchos fanáticos de la serie la han criticado con dureza. Más allá de las diferentes posturas, creemos que la cuestión puede reducirse de la siguiente manera: el éxito de The X Files se concentra no sólo en las historias de extraterrestres sino, fundamentalmente, en el desarrollo de sus personajes. Los expedientes secretos X: quiero creer ofrece el regreso de esos personajes, situados en un tiempo real –seis años después de que las vicisitudes narradas en la serie terminaran-, con rasgos reales –temores, dudas, incertidumbres-, dentro de una trama de terror y de suspenso completamente arquetípica.
La casi todopoderosa Fox –distribuidora de la película- no se encargó de difundirla como suele hacerlo con los grandes estrenos; y esta decisión está en sintonía con la adoptada por el director. Carter realizó su apuesta manteniéndose dentro de un localismo a baja escala que la nieve omnipresente durante casi toda la película subraya claramente. La intención final ya había sido dicha por el mismo Carter antes de 2002: terminar la serie y filmar películas cada uno o dos años. Este ha sido el primer paso y, si consideramos aquello de afianzarse inicialmente dentro de un género para luego avanzar en otras direcciones, la película funciona perfectamente. La pregunta acerca de si esta apuesta saldrá bien o mal seguirá siendo –por ahora- un misterio sin resolver.
**Publicado en www.tandilfilms.com.ar**