[Léase muy rápido y de corrido, y no sin mucha gracia]
Dónde estamos parados? Bueno, bueno, es un decir, pues si bien ya puedo apoyar mi pierna derecha me sostengo todavía con un par de muletas. Pero en fin, mi pregunta lidiaba yo diría que con lo retórico: "¿dónde estamos parados?" inquiere sobre nuestro estado actual, espiritual, universal. Vamos, ya han pasado cuatro años desde la odisea 2001, verdadero inicio -rezan los exactos- del siglo XXI. Ya prácticamente todos hemos cumplido 21, y nótese lo curioso: la repetición de las cifras, el dos y el uno.
Y bien, la pesadilla tecnológica -comencemos- no lo es tal, y si lo es, en todo caso, es una crisis de decisión, o de indecisión, pues fíjese usted que si desea uno comunicarse con alguien, ya no sabe cómo hacerlo: que lo llamo por teléfono a su casa, a su trabajo, a casa de un pariente o conocido, que lo llamo al celular, que le mando un mensaje de texto al celular, que le dejo un mensaje en el contestador, que le dejo un mensaje al hermano o hermana, que le dejo dicho que me llame, que voy a volver a llamar más tarde, o simplemente dejo dicho que le avisen que llamé, que mejor le mando un mail a una de sus direcciones, a sus dos direcciones, a sus tres direcciones, que agrego a la persona al msn, que le hablo por msn, que me ofendo por su falta de respuesta, que me tranquilizo porque seguramente no está frente a la computadora, que me enojo porque se desconecta sin saludar, que resuelvo no hablarle más, que me explica que tuvo que resetear, que no me explica nada, que seguro que me bloqueó, que no me importa nada porque mejor es verla personalmente, entonces decido -¡finalmente!- arreglar un encuentro cara a cara, para lo cual mejor es invitarla, avisarle, llamar a la persona por teléfono a su casa, a su trabajo, a casa de un pariente o conocido, al celular... y así vivimos, postergada la comunicación simplemente por su posibilidad multiplicada.
¿Dónde estamos parados? Entre el estudio, el trabajo, los amigos -los viejos, los nuevos-, las amigas, -las viejas, las nuevas-, los viejos -los padres, las madres-, los hermanos, los abuelos, los tíos, los sobrinos, los primos, ¿los hijos?, las parejas, las desparejas, los proyectos de parejas, los hobbies, las horas de sueño, los partidos -de fútbol, de tenis, de voley-, los libros por leer, las revistas por leer, los videos por ver, los programas por grabar -para ver, para escuchar-, las cosas por pensar, los viajes por hacer, las cuadras por caminar, la comida por comer, las cuestiones por resolver, las resoluciones por cuestionar... entre todas estas cosas, ¿dónde queda parado uno, que además no sabe si llamar a la casa, al trabajo, al celular...? Tantas cosas por hacer que no se puede hacer casi ninguna.
Entonces, la derrota, la violencia, o la priorización, la decisión, la inteligencia, la disciplina, el estoicismo, la dosificación de la alegría, la duda, la maduración, la alegría, el acostumbramiento, la sorpresa, la indiferencia, la destreza, la fuerza, la táctica, la técnica, ¿la duda?, la suerte -la buena, la mala, la que no suscribe a ninguna ética etiqueta-, la alegría, el tropiezo, el polvo, el sacudón, el levantamiento -armado, desarmado, desalmado-, la alegría, la meteorológica alegría, la risa.
La risa del elefante, el jabón y la radio; el sinsentido de querer ubicar al otro, al otro que está ahí, o que no lo está, o que lo estará, o que lo estuvo, y la paradoja de la nostalgia, que extraña lo que no está justamente porque no está, y las amistades perdidas como perdidos los amigos de Peter Pan, como perdidos los tesoros de los piratas, como perdidos en Tokyo, Atenas o Mar del Plata, y este recurso de la enumeración que se repite indefinidamente, que se repite.
¿Dónde están todos parados? Si supiera, los llamaría, o dejaría de esperar sus llamados, o sin culpas me sería totalmente indiferente -como, juro, me es- la indiferencia que me trae el silencio de los mails, de los teléfonos, de los mensajes al celular. Porque no hay peor silencio que el ruidoso y no hay mayor secreto que el que esconde la elocuencia.
¿Dónde estuve parado? Dios mío, qué vergüenza, qué recuerdos... ¿Dónde estaré parado? Demonios, cuántas posibilidades...
¿Que dónde estamos parados? Qué importa, si la vida es como el cine: cuando se apaga la luz, todo está por verse.
Y bien, la pesadilla tecnológica -comencemos- no lo es tal, y si lo es, en todo caso, es una crisis de decisión, o de indecisión, pues fíjese usted que si desea uno comunicarse con alguien, ya no sabe cómo hacerlo: que lo llamo por teléfono a su casa, a su trabajo, a casa de un pariente o conocido, que lo llamo al celular, que le mando un mensaje de texto al celular, que le dejo un mensaje en el contestador, que le dejo un mensaje al hermano o hermana, que le dejo dicho que me llame, que voy a volver a llamar más tarde, o simplemente dejo dicho que le avisen que llamé, que mejor le mando un mail a una de sus direcciones, a sus dos direcciones, a sus tres direcciones, que agrego a la persona al msn, que le hablo por msn, que me ofendo por su falta de respuesta, que me tranquilizo porque seguramente no está frente a la computadora, que me enojo porque se desconecta sin saludar, que resuelvo no hablarle más, que me explica que tuvo que resetear, que no me explica nada, que seguro que me bloqueó, que no me importa nada porque mejor es verla personalmente, entonces decido -¡finalmente!- arreglar un encuentro cara a cara, para lo cual mejor es invitarla, avisarle, llamar a la persona por teléfono a su casa, a su trabajo, a casa de un pariente o conocido, al celular... y así vivimos, postergada la comunicación simplemente por su posibilidad multiplicada.
¿Dónde estamos parados? Entre el estudio, el trabajo, los amigos -los viejos, los nuevos-, las amigas, -las viejas, las nuevas-, los viejos -los padres, las madres-, los hermanos, los abuelos, los tíos, los sobrinos, los primos, ¿los hijos?, las parejas, las desparejas, los proyectos de parejas, los hobbies, las horas de sueño, los partidos -de fútbol, de tenis, de voley-, los libros por leer, las revistas por leer, los videos por ver, los programas por grabar -para ver, para escuchar-, las cosas por pensar, los viajes por hacer, las cuadras por caminar, la comida por comer, las cuestiones por resolver, las resoluciones por cuestionar... entre todas estas cosas, ¿dónde queda parado uno, que además no sabe si llamar a la casa, al trabajo, al celular...? Tantas cosas por hacer que no se puede hacer casi ninguna.
Entonces, la derrota, la violencia, o la priorización, la decisión, la inteligencia, la disciplina, el estoicismo, la dosificación de la alegría, la duda, la maduración, la alegría, el acostumbramiento, la sorpresa, la indiferencia, la destreza, la fuerza, la táctica, la técnica, ¿la duda?, la suerte -la buena, la mala, la que no suscribe a ninguna ética etiqueta-, la alegría, el tropiezo, el polvo, el sacudón, el levantamiento -armado, desarmado, desalmado-, la alegría, la meteorológica alegría, la risa.
La risa del elefante, el jabón y la radio; el sinsentido de querer ubicar al otro, al otro que está ahí, o que no lo está, o que lo estará, o que lo estuvo, y la paradoja de la nostalgia, que extraña lo que no está justamente porque no está, y las amistades perdidas como perdidos los amigos de Peter Pan, como perdidos los tesoros de los piratas, como perdidos en Tokyo, Atenas o Mar del Plata, y este recurso de la enumeración que se repite indefinidamente, que se repite.
¿Dónde están todos parados? Si supiera, los llamaría, o dejaría de esperar sus llamados, o sin culpas me sería totalmente indiferente -como, juro, me es- la indiferencia que me trae el silencio de los mails, de los teléfonos, de los mensajes al celular. Porque no hay peor silencio que el ruidoso y no hay mayor secreto que el que esconde la elocuencia.
¿Dónde estuve parado? Dios mío, qué vergüenza, qué recuerdos... ¿Dónde estaré parado? Demonios, cuántas posibilidades...
¿Que dónde estamos parados? Qué importa, si la vida es como el cine: cuando se apaga la luz, todo está por verse.
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