Gran parte del éxito y atractivo de las sagas literarias, cinematográficas y televisivas acaso resida en el hecho de que las mismas juegan a cumplir la fantasía del regreso. La vuelta de personajes, lugares y situaciones permite a través del reconocimiento por parte del espectador una identificación y una complicidad que se subrayan con cada nueva entrega. No importa la distancia temporal que separe cada nuevo episodio: uno recibe a los sospechados personajes como quien visita de tanto en tanto la casa de sus primos en esporádica rutina.
Y sin embargo, suele decirse, las segundas partes nunca han sido buenas; la refutación de la fantasía del regreso encuentra su voz argumentativa desde el río de Heráclito.Y aún así, empero, la ilusión del retorno se repite al finalizar cada febrero, al visitar la vieja escuela, al tomar un café con sujetos ya no muy frecuentados.
Si se vive en constante y pendular ausencia y abandono, el regreso es igualmente inevitable. No será el mismo el que retorne, puede ser, pero uno cuando llega siempre es distinto al que se irá.
Y sin embargo, suele decirse, las segundas partes nunca han sido buenas; la refutación de la fantasía del regreso encuentra su voz argumentativa desde el río de Heráclito.Y aún así, empero, la ilusión del retorno se repite al finalizar cada febrero, al visitar la vieja escuela, al tomar un café con sujetos ya no muy frecuentados.
Si se vive en constante y pendular ausencia y abandono, el regreso es igualmente inevitable. No será el mismo el que retorne, puede ser, pero uno cuando llega siempre es distinto al que se irá.
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