jueves, 19 de mayo de 2005

Los ensayos de Infomae: Algunas cuestiones sobre "Star Wars"

La épica espacial de George Lucas se cierra sobre sí misma dejando dentro de su esfera un vasto universo -una galaxia muy, muy lejana- de personajes, artefactos, batallas y situaciones fantásticas. Más allá de la catarata de comentarios acerca de los mecanismos, intertextualidades y artilugios comerciales que hicieron de esta saga cinematográfica la más exitosa de su tipo, resultan también interesantes ciertas sutilezas -admitámoslo, no demasiado insondables- traídas a colación por la inmersión en el mundo -en los mundos- de "Star Wars".

Se sabe: la historia de Anakin y Luke Skywalker está compuesta por seis episodios: "Una nueva esperanza" (1977), "El Imperio contrataca (1980), "El regreso del Jedi" (1983), "La amenaza fantasma" (1999), "El ataque de los clones (2002) y "La venganza de los Sith (2005). El hecho de que los tres últimos capítulos en estrenarse presenten hechos anteriores a la película de 1977 desvela todavía el entendimiento de las mentes escépticas; sin embargo, la forma en la que Lucas ha decidido contar su historia -o, mejor dicho, la forma en que la historia ha devenido en ser contada- plantea otras cuestiones.
Una vez que se encuentren disponibles los seis episodios en cualquier videoteca, ¿será conveniente respetar al verlos el orden de aparición de las películas o el orden crono-lógico indicado por sus cifras in crescendo? Dicho más convenientemente: ¿debe seguirse el tiempo de la historia (el tiempo lineal en el que ocurren los hechos ficcionales) o el tiempo del relato (el tiempo manejado por el narrador- en este caso el cineasta-, que es el que decide cúando contar qué cosa y de qué forma hacerlo).
La respuesta, a priori, es clara: como en literatura, el tiempo del relato es el que hace que la obra artística sea lo que es: un artificio que opera sobre la realidad de determinada manera. Como obra ficcional que, obviamente, siempre es "Star Wars", interesa acaso la forma (en este caso, la forma cinematográfica por excelencia: la manera en que se cuenta una historia) más que el contenido (las aventuras de unos personajes que utilizan unos extraños sables láser, por caso).
Sin embargo, en el caso específico de Star Wars, hay que señalar más elementos que apuntalan esta necesidad de respetar el tiempo del relato: la segunda trilogía tiene sentido sólo a partir de la primera. Al ser un relato circular, el final sólo se comprende por el recorrido del camino iniciado en el principio. Los jóvenes que se acerquen por primera vez a las seis películas deberán seguir el estricto orden de aparición: de lo contrario, la relación entre Luke y Darth Vader o el amor imposible entre Luke y Leia, por ejemplo, serán sorpresas arruinadas; o, peor aún, ni siquiera serán sorpresas.

Ahora bien, veinte años después del guión original, Lucas volvió de lleno al universo por él creado. Mucho se especula con que la historia de "Luke Starkiller" -tal cual el nombre inicial en las primeras anotaciones del director californiano- hace rato que está escrita; muchos aseguran ahora la existencia de episodios séptimo, octavo y noveno. Y, la verdad, poco de esto importa, pues sólo podemos atenernos a la realidad de la fantasía proyectada. En este sentido, debemos analizar la doble trilogía como lo que es: un relato circular que se cierra sobre sí mismo.
Si, como afirman todos ahora, el héroe es el villano, el tema de las dos trilogías de seguro está relacionado con "los malos", vale decir, con el Imperio. En efecto, mientras la primera trilogía relata su caída, la segunda da luz sobre su oscuro advenimiento. Olvidémonos de Anakin y de Luke -principalmente de Luke-: el héroe de la saga es el senador Palpatine, el Lord Sith Darth Sidious, el Emperador. Un personaje tan corrupto y corruptor, tan -valga la redundancia- sombrío, del cual sabemos tan poco, ¿cómo es que no llega a ser el más inquietante?
El carácter circular de la doble trilogía se subraya en la correspondencia entre cada episodio respectivo: a la esperanza del IV se le opone la amenaza del I; al contrataque del Imperio, el ataque de los todavía republicanos clones; al regreso del Jedi, la venganza del Sith por excelencia, el Emperador. Al contexto de rebelión y resistencia de episodio IV le siguen los turbios negociados de una organización de comercio multi-estelar dirigida por unos seres verde dólar; el reagrupamiento de las fuerzas del Imperio en episodio V -el primero en el que aparecen el Emperador y la famosa marcha imperial de John Williams- se reflejan en el tema musical que suena cuando se presenta el ejército de clones que protegerá a una República cuyo senado está en vías de convertirse en eufemismo; a la destrucción del emperador por parte de Darth Vader le corresponde su salvación por parte de un escindido Anakin.

Pretendida tragedia familiar, la saga de Star Wars -el primer mito posmoderno- se vuelve, por lo tanto, fundamentalmente política. Ya no puede ser revolucionario el Lucas setentista, el mismo que ha cosechado fortunas entre muñecos, videojuegos y múltiples productos; sin embargo, tampoco puede dejar de ser liberal. Compañero de ruta de Steven Spielberg (otro demócrata millonario), Lucas se anima -sin despeinarse ni poner en riesgo nada- a poner en boca de Darth Vader palabras de George W. Bush (el sistema se ha vuelto tan infranqueable, que admite ser golpeado dentro de sí mismo sin sufrir ni cosquillas). Y sin embargo, quedará por verse si Star Wars se vuelve fábula adormecedora con pócimas de merchandising o catarsis liberadora que llame a los mercenarios, a las princesas, a los héroes púberes y a los viejos mentores a unirse y hacer posible que efectivamente exista -tal cual correspondería ahora- una nueva esperanza.

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