martes, 24 de mayo de 2005

Las aventuras del preceptor I

Los alumnos de primer año conservan aún particular predilección por jugar al fútbol durante el recreo. Como las pelotas de fútbol ofrecidas amablemente por el colegio suelen pincharse o colgarse con tenacidad, los chicos perseveran en la práctica utilizando botellas de gaseosa.

El preceptor observa los improvisados partidos con atención, pero sin ánimos de arbitrar. De repente, un día, descubre: todo es más divertido cuando usan botellas. Con la pelota juegan más violentamente, más salvajemente, pateándola para arriba y corriendo atrás de la misma. La botella, en cambio, demanda más atención y mejor trato: exige refinamiento, delicadeza, ciertas sutilezas que compensan la tosquedad del balón imaginado.

El preceptor comprende rápidamente la alegoría: las cosas imperfectas demandan un esfuerzo mayor, pero igualmente más grande es la gratificación que obtenemos a través de su trabajo. Los juegos fáciles, en cambio, se diluyen en pelotazos largos y cruzados, demasiado efectistas y amigos de lo impropio.

La fábula podría continuar -"benditas sean las mujeres botellas de Coca Cola que gustan más por sus imperfecciones que por sus formas redondeadas"-, pero el preceptor debe ir a tocar el timbre para dar por terminada -una vez más, una vez menos- la pausa del recreo.

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