viernes, 11 de julio de 2008

M. Night Shyamalan: el fin justifica los miedos

Imaginemos una primera cita perfecta tras la cual tanto nosotros como nuestra/o acompañante quedamos completamente satisfechos y enamorados. Pues bien, el idilio se pondría en jaque el fin de semana siguiente, cuando llegue el momento de enfrentarnos al oscuro enigma de cómo hacer para mantener el encanto y -si se quiere- el misterio.
Algo similar ocurre con cada nueva película del productor-escritor-director M. Night Shyamalan, quien supo alcanzar el punto más alto de su filmografía con su primera película producida a gran escala, la siempre bien ponderada Sexto sentido (1999). Pues bien, el hindú-estadounidense, que también suele reservarse pequeños roles actorales en sus películas, con cada una de sus entregas debe rendir cuentas ante el público, siempre propenso a la desilusión tras esa primera y fantástica cita con Bruce Willis.
Y tanto es así, que los dos párrafos que preceden bien podrían encabezar las reseñas de cualquier película de Shyamalan. En este caso en particular, sin embargo, nos referiremos a El fin de los tiempos (2008), la fábula eco-apocalíptica del director de la nunca bien ponderada La aldea (2004).

Nueva York, época actual. Una mañana hombres comienzan a caer desde lo alto de un edificio. Los ecos del 11 de septiembre de 2001 resuenan claramente, y la prensa no tarda en informar sobre un atentado terrorista a gran escala que ha contaminado el aire con gases que hacen que las personas se dañen a sí mismas. Sin embargo, no se trata de toxinas lanzadas al ambiente por grupos fundamentalistas sino de algo mucho mayor: una suerte de mecanismo de defensa de las plantas destinado a combatir aquello que tanto daño les produce, el ser humano.
No hay en esta película ninguna vuelta de tuerca final de las típicas que suele forzar el director. Al comienzo se mencionan a las plantas como las responsables de lo que está ocurriendo, y la sospecha sobre ellas no hace más que confirmarse. Tenemos aquí una diferencia fundamental con respecto a películas anteriores de Shyamalan; hay, sin embargo, muchas similitudes: seres terroríficos que se cruzan delante de la cámara, diálogos articulados con planos estrambóticos, personajes subalternos que parecen destinados a cumplir un papel importante (pero que terminan sin poder hacerlo) y, sobre todo, esa mezcla de miedo y vergüenza ajena que suelen producir muchas escenas.
Shyamalan resuelve su doble nacionalidad elaborando él mismo una estética mixta que barrunta entre el terror y el absurdo; remitámonos, si no, a películas como Señales (2002) y La dama en el agua (2006).
El título original de El fin de los tiempos es The Happening y, ciertamente, la sensación de estar presenciando una performance típica de los 60’s que busca romper con la idea de obra de arte se origina, una vez más, en el espectador.
Si tomamos literalmente las propuestas de Shyamalan luego de El protegido (2000) no podemos menos que odiar al director. Sin embargo, si suspendemos la mirada respetuosa y almidonada podremos encontrar algunas rasgos interesantes.
No es casualidad que Shyamalan sea el guionista de una película como Stuart Little, un ratón en la familia, o que su film anterior a hacerse conocido haya sido Bien despierto (1998), una comedia mezcla de Mi primer beso y American Pie: a este hombre evidentemente le gusta generar miedo y risa. Los cultores del cine clase B podrán decir algo acerca de cuánto se acercan ambas sensaciones.
Shyamalan nos debe –y se debe- una comedia, podríamos decir. Más allá de su mensaje ecologista, o de las lecturas políticas sobre la paranoia post 11 de septiembre, El fin de los tiempos es una película fácilmente ridiculizable. Tanto es así que nos preguntamos qué está esperando Shyamalan para dejar de coquetear de una vez por todas con el terror y ponerse a hacer una película sobre un hombre que se resbala tras pisar una cáscara de banana.
Sin embargo, en la mezcla reside justamente lo desafiante y lo interesante de su filmografía. Lo que nos asusta es sin dudas absurdo, lo que nos da miedo nos puede dar risa, lo que es del mundo de los vivos puede serlo también de los muertos, lo que es de este planeta puede ser visitado por seres que no son de aquí, lo que es contemporáneo guarda lazos con el pasado.
En El fin de los tiempos aparecen videos transmitidos por celular y conversaciones a través de rudimentarios teléfonos que consisten en caños con embudos en sus extremos. La música de la película –ciertamente anacrónica- le da un tono añejo a todo lo que estamos viendo, que, no obstante, es indudablemente contemporáneo pero urbano y rural a la vez. Acaso haya que abrir los ojos enormemente como lo hace la bella Zooey Deschanel
–que acompaña al bonachón de Mark Wahlberg en el elenco-, o como lo hacía Bryce Dallas Howard en La Aldea y La dama del agua para observar atentamente lo que está sucediendo y dejarse llevar por todas las contradicciones.
La mezcla es la consigna, el híbrido, la sensación de estar viendo una película de zombies sin zombies, una película de terror que da risa, un film cómico que incomoda. Las sensaciones son, una vez más, ambiguas. Si el miedo se genera en el punto de contacto entre lo conocido y lo desconocido, la coherencia de cada nueva apuesta seria pero casi absurda que realiza Shyamalan no puede menos que celebrarse. Y, si se quiere también, abuchearse.
**Publicado en www.tandilfilms.com.ar**