- ¿Sabe algo de medicina?
- Sí [el preceptor miente; o no. En todo caso, miente diciendo la verdad].
- Bien. Me duele acá [el alumno de tercer año se señala las dos piernas; más precisamente, el costado de cada una, entre la canilla y los gemelos].
- ¿Se golpeó?
- No. Mi mamá dice que es por la alimentación. Como mucha azúcar, debe ser por eso.
- ¿Cuánta azucar come?
- Le pongo dieciocho cucharaditas al café, le pongo.
- ¡Ah, caramba! [la sorpresa del preceptor es genuina, pues verídico había juzgado el comentario del alumno].
- Sí. Y tanto me duelen las piernas que tuve que dejar de hacer boxeo.
- Qué pena... es importante el boxeo. Imagínese que a su amada [el alumno de tercer año se refería a su novia -de segundo año- en esos términos, y lo hacía con muchísima más gracia que romanticismo] un maleante la increpa en la calle [las elecciones léxicas del preceptor no son casuales; siempre procura cierta destreza palabreril]: es bueno hacer boxeo para poder defenderla... [los puntos suspensivos buscan connotar lo chascarrillesco del comentario, característica que quedó clara en la oralidad].
- Usted lo dice porque no conoce a mi amada fuera del colegio...
- Es una hiena [acota un compañero del alumno].
- Si a mi amada la increpa un maleante, dejo que la increpen. Bien merecido se lo tendrá, en todo caso. Usted no sabe cómo se viste... [los puntos suspensivos buscan connotar: lo chascarrilesco del comentario, las risas que le sucedieron, lo que esconde de verdadero la ironía, de cierto la caricatura, de incierto el temor al desengaño].
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