Y no olvidemos tampoco que en nuestro propio siglo XX uno de los escritores y pensadores más profundamente hispánicos, Miguel de Unamuno, declara preferir mil veces Santa Teresa a Descartes, y refiriéndose a la tecnología y los descubrimientos lanza su famosa frase "¡Qué inventen ellos!", en la que ellos se refiere a los otros países, a las culturas no hispánicas. Los países hispánicos, por supuesto, han tenido que importar algunos de esos inventos extranjeros: teléfonos, automóviles, teléfonos celulares, sistemas parlamentarios, código napoleónico, etc., todo lo cual se adapta a las necesidades y al ambiente de los pueblos hispánicos en forma algo defectuosa, y con frecuencia se estropea: el sistema federal, por ejemplo, no funciona lo mismo en la Argentina que en Estados Unidos; queda con freciencia descompuesto, igual que los teléfonos importados de Suecia u otro país. El sistema de valores del mundo hispánico ofrecía -y sigue ofreciendo en gran parte- un movimiento circular: las cosas apuntaban al hombre, se referían a él (las piedras, por ejemplo servían ante todo para edificar palacios barrocos, no para estudiar en ellas la geología), y el hombre apuntaba hacia Dios, el creador de las cosas y de los hombres. No cabía salir afuera de este círculo en persecución de verdades científicas objetivas u objetivas por el hombre.
Manuel Durán, "El drama intelectual de Sor Juana y el antiintelectualismo hispánico".
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