domingo, 26 de julio de 2009

Textos rechazados IV

El presente artículo fue presentado para su publicación en la revista El glorioso mármol del ex alumno.

¿ACADEMIAS O LOCADEMIAS DE INGRESO?

La proliferación de institutos privados que afirman garantizar resultados académicos y la demanda cada vez mayor de docentes particulares nos deben alentar a repensar el papel que cumplen tanto la escuela como la familia en la formación de estudiantes independientes y responsables.

El título del presente artículo lejos está de la comedia; tampoco pretende acercarse al drama. A lo sumo, podríamos decir que tiene algo de documental. En todo caso, esperamos que la película alcance un final feliz.
La instauración de los cursos de ingreso a las escuelas medias de la Universidad de Buenos Aires tuvo en su origen la intención de equilibrar las posibilidades de todos los aspirantes. Hasta ese momento, los alumnos rendían exámenes que debían preparar por su cuenta; naturalmente, aquellos que tenían posibilidades de ser asistidos o guiados por algún familiar, docente conocido o profesor particular contaban con una gran ventaja.
Actualmente, la mayoría de los aspirantes realiza el curso de ingreso y acude, además, a academias de apoyo. Estas tres formas de escolaridad –si sumamos el desarrollo de séptimo grado- conforman un menú muchas veces de difícil digestión.
Toda instancia que fortalezca la preparación de un alumno para un examen tan importante debe ser bien recibida. Ahora bien, llegados a este punto, debemos preguntarnos por las consecuencias de una lógica que parece inquebrantable: mientras más, mejor. ¿Es así?
Las clases dictadas por los profesores del curso de ingreso alcanzan para que todo alumno –realizando las tareas y estudiando por su cuenta- consiga los resultados buscados. Desde luego, cada caso es particular y las características individuales y familiares pueden requerir la adopción de diferentes estrategias. El problema aparece cuando la excepción se vuelve regla.
Las academias de apoyo son institutos privados establecidos con fines comerciales antes que pedagógicos. Esta situación no es en sí misma reprochable, y mucho menos si el servicio que ofrecen es el apropiado. Ahora bien, ¿qué pasa cuando estas academias garantizan resultados o cuando sus directores aseguran que trabajan con las autoridades de los colegios en cuestión?
Los subterfugios tergiversan la posibilidad de realizar un enfoque adecuado. Los alumnos y las familias se van quedando con la impresión de que el lugar de trabajo no es la escuela sino la academia; las clases del curso de ingreso pasan a ser instancias superfluas de constatación de lo que ya se hizo.
¿De qué sirve, pues, el trabajo de planificación y preparación que realizan los docentes de los colegios? La importancia de su tarea se diluye a partir de la acción de las academias que, es necesario decirlo, parecen tener todo a su favor. Los nervios y la ansiedad de las familias, la necesidad de trabajar de los estudiantes o jóvenes docentes que en ellas suelen emplearse, el hecho de que el sistema se alimente a sí mismo –si el 80% de un curso acude a una academia, pronto gran parte del 20% restante sentirá la necesidad de imitarlos para no ver disminuidas sus posibilidades-... Todo se conjuga para asegurar la acción según la lógica que señalábamos.
Las academias pasan a ser así un objeto de consumo e inclusive de status social. Aquella motivación igualadora que señalábamos como intención inicial de los cursos de ingreso aparece ya casi completamente diluida.
Los hábitos que se construyen -¿o que se destruyen?- durante el séptimo grado llegan a los primeros años del secundario. Es aquí cuando los alumnos acuden a clases de apoyo escolar en las mismas academias o cuando sistemáticamente acuden a profesores particulares. La posibilidad de preguntarle al docente en la clase, pedirle más ejercitación o estudiar con algún compañero cae bajo la facilidad de adquirir horas de clases particulares.
Insistimos: no es inadecuado que un estudiante con dificultades en alguna materia reciba apoyo; por el contrario, toda instancia que fortalezca la preparación de un alumno debe ser bien recibida. La solución planteada en estos términos, empero, nos resulta insatisfactoria.
En un contexto donde los espacios colectivos –ya sea escolares o familiares- se encuentran en crisis, no es casual que la opción por academias privadas o clases particulares sea tomada como algo imprescindible, natural y completamente positivo.
Corresponde a las autoridades, docentes, padres y alumnos reflexionar sobre esta situación y buscar posibles formas de intervención. Un estudio cuantitativo podría aportar datos concretos que fortalezcan nuestra hipótesis según la cual cada vez más alumnos acuden a clases particulares de apoyo, como corolario de una metodología iniciada en el curso de ingreso. Una de las opciones para abordar esta problemática podría ser la de establecer tutorías y clases de apoyo coordinadas por docentes y dictadas por alumnos de años superiores; sería una experiencia que enriquecería a todos y resolvería de manera positiva la aparente contradicción de pretender formar colectivamente estudiantes y ciudadanos cada vez más autónomos e independientes.
El texto, desde luego, fue rechazado por los editores.

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