domingo, 26 de julio de 2009

Textos rechazados III

El presente artículo fue presentado para su publicación en la revista Boletín dominical.
MENDIGO
Imaginemos –la propuesta constituye un eufemismo ya que el cuadro que propondremos pertenece a la realidad- la presencia de un mendigo, pordiosero, “homeless” o ciruja arrojado en la calle, ubicado exactamente entre dos negocios. Puntualicemos, ya que estamos, que esos negocios pertenecen, por un lado, a una empresa multinacional de origen galo dedicada a la comercialización de alimentos y diversos productos para el hogar y, por el otro, a una cadena local de venta de electrodomésticos que cuenta con numerosas sucursales a lo largo -y a lo ancho- del país. Acordemos –más allá de banderas políticas o alineaciones sentimentales- que la presencia del sujeto en cuestión distorsiona la propuesta de consumo que ambos negocios proponen, atenta contra el estereotipado paso de los transeúntes y, por último, afea el paisaje de la ciudad.
Cabría suponer que los gerentes a cargo de ambos locales podrían ponerse de acuerdo para: a) invitar al señor -de manera más o menos amable- para que tome sus bártulos, sus mascotas, sus mantas y su mugre y se retire del lugar; b) obligar al señor –de manera más o menos violenta- a que se retire inmediatamente del lugar; de lo contrario, se llamará a la policía; c) llamar a la policía para que invite al señor a retirarse o, en su defecto, lo obligue a hacerlo; d) convocar al organismo estatal pertinente para que recoja al señor y lo derive a una institución en la cual pueda trabajarse en la promoción de su dignidad como ser humano; e) sobornar al señor -mucha plata no haría falta- para que se ubique frente a otros locales (de ser posible, pertenecientes a la competencia); o bien, f) llevar a cabo alguna extraña combinación que involucre elementos de todas las opciones anteriores.
Lo cierto es que tanto las personas a cargo de esos establecimientos comerciales como los transeúntes que por allí circulan hacen oídos sordos –y ojos ciegos- de la presencia del mendigo, pordiosero, “homeless” o ciruja.
Propongamos lo siguiente: ya sea por piedad, caridad, interés por la dignidad humana, rebeldía ante la desigualdad, filantropía, buen gusto; o bien por marketing, eficiencia gerencial o relevancia empresarial, las personas a cargo de esos establecimientos podrían estar interesadas en que ese sujeto no esté allí y no facilite el sentimiento de culpa en los clientes, personas más favorecidas por la fortuna que sí pueden procurase alimentos y lavarropas. Pero no, las personas en cuestión no eligen colaborar ni esconder la basura debajo de la alfombra.
Hay, no obstante, una tercera posibilidad: que las empresas aludidas decidan –de momento- mantener el status quo de la situación, obtener ganancias económicas de considerable envergadura y destinar parte de éstas para: a) crear una fundación que se dedique a procurar que no haya gente viviendo en la calle –ya sea asignándoles un hogar de arquitectura decorosa, ya sea invitándolos a ejercer la emigración -; o b) becar a un grupo de jóvenes notables para que se formen en diversas artes y ciencias y puedan –aunando capacidad y sensibilidad- erigirse como líderes políticos en un futuro no muy lejano en el cual la desigualdad social constituya un relato prácticamente inverosímil.
Nos permitimos mantener el escepticismo sobre la posibilidad de que los gerentes en cuestión adopten esta tercera posición. Pedimos permiso para creer –no sin cierta amargura- que esos señores adoptan la peor conducta posible: la que aúna ineficacia con insensibilidad, perversión con torpeza y, por último, maldad con indiferencia.
Desde luego, el texto fue rechazado por los editores.

No hay comentarios.: