domingo, 22 de noviembre de 2009
miércoles, 18 de noviembre de 2009
domingo, 15 de noviembre de 2009
La nueva televisión V
domingo, 8 de noviembre de 2009
Atilio Benavídez, el mozo culto
Educando al soberano:
Maximilian Carl Emil Weber (Érfurt, 21 de abril de 1864 – Múnich, 14 de junio de 1920) fue un filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán, considerado uno de los fundadores del estudio moderno, antipositivista, de la sociología y la administración pública. Sus trabajos más importantes se relacionan con la sociología de la religión y el gobierno, pero también escribió mucho en el campo de la economía. Su obra más reconocida es el ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que fue el inicio de un trabajo sobre la sociología de la religión. Weber argumentó que la religión fue uno de los aspectos más importantes que influyeron en el desarrollo de las culturas occidental y oriental. En otra de sus obras famosas, La ciencia como oficio, la política como oficio, Weber definió el Estado como una entidad que posee un monopolio en el uso legítimo de la fuerza, una definición que fue fundamental en el estudio de la ciencia política moderna en Occidente. Su teoría fue ampliamente conocida a posteriori como la Tesis de Weber.
(Fuente: Wichipedia, la enciclopedia de los pueblos originarios).
martes, 13 de octubre de 2009
martes, 6 de octubre de 2009
viernes, 25 de septiembre de 2009
sábado, 19 de septiembre de 2009
Los "futbolistas" XXV
jueves, 17 de septiembre de 2009
sábado, 29 de agosto de 2009
Campaña de bien público XVIII/ Los actores XXI/ Cualquiera puede estudiar publicidad VI
martes, 18 de agosto de 2009
miércoles, 5 de agosto de 2009
lunes, 3 de agosto de 2009
Humor sindicalista IV
domingo, 2 de agosto de 2009
Humor sindicalista III
domingo, 26 de julio de 2009
Textos rechazados V
El presente artículo fue presentado para su publicación en la revista Visiting Latin America.
BUENOS AIRES, ENTRE EL TANGO, EL TONGO Y LA TANGA
Los porteños se jactan de vivir en una urbe cosmopolita, en una capital que no dudan en definir como “la más europea” de las ciudades latinoamericanas.
Hay algo de cierto en esta afirmación. Conviven en Buenos Aires rasgos arquitectónicos europeos con estructuras y costumbres típicamente sudamericanas. Esta característica, sin embargo, es común a varias ciudades de esta porción sur de un continente marcado a fuego por la colonización y la superposición de unas culturas sobre otras.
La pregunta que surge, llegados a este punto, es la siguiente: ¿por qué elementos se caracteriza entonces la ciudad de Buenos Aires?
A continuación señalaremos algunos de ellos, los cuales resultan, si no los más importantes, al menos sí de los más notorios.
En primer lugar, encontramos el tango, la música ciudadana, el género que tiene a Carlos Gardel como figura más emblemática.
El tango presenta una gran contradicción: mientras que bailarlo resulta una tarea seductora que se realiza de a dos, su canto transita muchas veces por senderos melancólicos, reproches lastimosos y angustias metafísicas en las que suele sumergirse el músico.
Desde luego, esta mentada tristeza del tango no lo define en su totalidad. El lenguaje propio que este género posee –el lunfardo- es un código compartido entre varias personas que buscan escapar de la soledad. La cantidad de palabras en lunfardo orientadas a definir aspectos tales como el juego, la borrachera, la juerga y las mujeres nos habla de una manifiesta intención experimentadora y hedonista destinada a sepultar con diversos placeres la gran angustia que, de otra manera, el tango únicamente enaltecería. No olvidemos, en este sentido, que el tango se habría originado en los burdeles.
Precisamente, es una palabra cercana al lunfardo –“tongo”- la que define el segundo rasgo del cual queremos dar cuenta.
El tongo o “matufia” alude a todo tipo de acuerdo, negocio o transacción realizados de manera espuria, ilegal, ajena a lo dispuesto por reglamentos. El tongo puede tener lugar tanto entre dos personas de relativa o poca importancia (un comerciante y un policía, por ejemplo), así como también entre representantes de organizaciones, instituciones, empresas u organismos del Estado.
El tongo es ejercido o bien por alguien mal visto por los porteños –un corrupto-, o bien por alguien que despierta simpatía –un chanta-.
El chanta es un buscavidas, una persona que explota la oportunidad para hacerse de recursos con el menor esfuerzo posible. Desde un punto de vista estrictamente moral, el chanta sería un mentiroso, un estafador. No obstante, su maldad se relativiza y es visto casi siempre como una persona inteligente.
A partir del episodio conocido como “la Mano de Dios”, muchas personas han destacado al futbolista Diego Armando Maradona como el ejemplo típico del chanta que obtiene ventajas de manera ilícita. No obstante, esas mismas personas olvidan que el segundo gol de Maradona en el partido en cuestión lo define, en todo caso, como un chanta con talento y habilidad, lo cual nos llevaría a encontrar aquí una nueva contradicción: el tongo define el proceder de los porteños, los cuales demuestran en algunas ocasiones, más allá de la ejecución de tareas ilegales, una sutil inteligencia y una particular vocación de acción.
Por último, mencionemos otra jactancia de los porteños. Se trata de aquella según la cual “las argentinas son las más lindas del mundo. Ahora bien, ¿se trata de todas las argentinas? Ciertamente, hay mujeres hermosas en Buenos Aires, pero hay un tipo particular que se destaca. Nos referimos, desde luego, a la mujer seductora y bella que sabe que es objeto de deseo y que se presenta como tal, a la mujer que lleva bajo su pollera, vestido o pantalón la impúdica diminutez de una tanga casi inexistente.
La mujer en tanga es el ejemplo de la mujer que se exhibe como en una vidriera pero que, sin embargo, no cualquiera puede comprar. No es una cuestión de dinero: la mujer en tanga no es equivalente a una prostituta. Refiere, más bien, a la mujer burdamente hermosa, a la mujer deseada con lujuria, pero también con gula, envidia, ira y avaricia.
Sorprende caminar por la Avenida Corrientes en Buenos Aires y observar en los puestos que venden diarios y revistas la enorme cantidad de publicaciones que presentan en sus tapas mujeres o bien desnudas, o bien en ropa interior, o bien en posturas sugerentes, o bien de las tres maneras simultáneamente. La abundancia de mujeres bellas –tanto de las impresas como de las anónimas, tanto de las que llevan tanga como de las que visten su elegancia- permitiría suponer que debe haber muchos hombres felices en esta ciudad... Y sin embargo, no es así. He aquí la tercera contradicción.
Transitar la Avenida Corrientes desde el Abasto –epicentro turístico del tango- hasta el Obelisco implica encontrar en el camino una multitud de mujeres hermosas –es cierto-, pero también una cantidad considerable de chantas y, fundamentalmente, un sinfín de hombres melancólicos. No es casual, pues, que en la intersección de esta avenida con la 9 de julio se encuentre –inmóvil y absurdamente imponente- el Obelisco, precario rey sin cetro, discutible cetro sin rey.
Qué es el obelisco sino un chanta que se pavonea creyéndose más de lo que es, un objeto solitario que no tiene compañera, un mojón triste, regado de lágrimas, que, no obstante, es el centro de las manifestaciones populares de algarabía cuando alguna ocasión –casi siempre deportiva- lo amerita.
Comprobamos, pues, que Buenos Aires, la “reina del plata”, es una ciudad repleta de contradicciones en la cual el tango, el tongo y la tanga conviven aunando melancolías, diversiones, perezas, trabajos, amores y soledades. Los invitamos a visitarla. O no.
Hay algo de cierto en esta afirmación. Conviven en Buenos Aires rasgos arquitectónicos europeos con estructuras y costumbres típicamente sudamericanas. Esta característica, sin embargo, es común a varias ciudades de esta porción sur de un continente marcado a fuego por la colonización y la superposición de unas culturas sobre otras.
La pregunta que surge, llegados a este punto, es la siguiente: ¿por qué elementos se caracteriza entonces la ciudad de Buenos Aires?
A continuación señalaremos algunos de ellos, los cuales resultan, si no los más importantes, al menos sí de los más notorios.
En primer lugar, encontramos el tango, la música ciudadana, el género que tiene a Carlos Gardel como figura más emblemática.
El tango presenta una gran contradicción: mientras que bailarlo resulta una tarea seductora que se realiza de a dos, su canto transita muchas veces por senderos melancólicos, reproches lastimosos y angustias metafísicas en las que suele sumergirse el músico.
Desde luego, esta mentada tristeza del tango no lo define en su totalidad. El lenguaje propio que este género posee –el lunfardo- es un código compartido entre varias personas que buscan escapar de la soledad. La cantidad de palabras en lunfardo orientadas a definir aspectos tales como el juego, la borrachera, la juerga y las mujeres nos habla de una manifiesta intención experimentadora y hedonista destinada a sepultar con diversos placeres la gran angustia que, de otra manera, el tango únicamente enaltecería. No olvidemos, en este sentido, que el tango se habría originado en los burdeles.
Precisamente, es una palabra cercana al lunfardo –“tongo”- la que define el segundo rasgo del cual queremos dar cuenta.
El tongo o “matufia” alude a todo tipo de acuerdo, negocio o transacción realizados de manera espuria, ilegal, ajena a lo dispuesto por reglamentos. El tongo puede tener lugar tanto entre dos personas de relativa o poca importancia (un comerciante y un policía, por ejemplo), así como también entre representantes de organizaciones, instituciones, empresas u organismos del Estado.
El tongo es ejercido o bien por alguien mal visto por los porteños –un corrupto-, o bien por alguien que despierta simpatía –un chanta-.
El chanta es un buscavidas, una persona que explota la oportunidad para hacerse de recursos con el menor esfuerzo posible. Desde un punto de vista estrictamente moral, el chanta sería un mentiroso, un estafador. No obstante, su maldad se relativiza y es visto casi siempre como una persona inteligente.
A partir del episodio conocido como “la Mano de Dios”, muchas personas han destacado al futbolista Diego Armando Maradona como el ejemplo típico del chanta que obtiene ventajas de manera ilícita. No obstante, esas mismas personas olvidan que el segundo gol de Maradona en el partido en cuestión lo define, en todo caso, como un chanta con talento y habilidad, lo cual nos llevaría a encontrar aquí una nueva contradicción: el tongo define el proceder de los porteños, los cuales demuestran en algunas ocasiones, más allá de la ejecución de tareas ilegales, una sutil inteligencia y una particular vocación de acción.
Por último, mencionemos otra jactancia de los porteños. Se trata de aquella según la cual “las argentinas son las más lindas del mundo. Ahora bien, ¿se trata de todas las argentinas? Ciertamente, hay mujeres hermosas en Buenos Aires, pero hay un tipo particular que se destaca. Nos referimos, desde luego, a la mujer seductora y bella que sabe que es objeto de deseo y que se presenta como tal, a la mujer que lleva bajo su pollera, vestido o pantalón la impúdica diminutez de una tanga casi inexistente.
La mujer en tanga es el ejemplo de la mujer que se exhibe como en una vidriera pero que, sin embargo, no cualquiera puede comprar. No es una cuestión de dinero: la mujer en tanga no es equivalente a una prostituta. Refiere, más bien, a la mujer burdamente hermosa, a la mujer deseada con lujuria, pero también con gula, envidia, ira y avaricia.
Sorprende caminar por la Avenida Corrientes en Buenos Aires y observar en los puestos que venden diarios y revistas la enorme cantidad de publicaciones que presentan en sus tapas mujeres o bien desnudas, o bien en ropa interior, o bien en posturas sugerentes, o bien de las tres maneras simultáneamente. La abundancia de mujeres bellas –tanto de las impresas como de las anónimas, tanto de las que llevan tanga como de las que visten su elegancia- permitiría suponer que debe haber muchos hombres felices en esta ciudad... Y sin embargo, no es así. He aquí la tercera contradicción.
Transitar la Avenida Corrientes desde el Abasto –epicentro turístico del tango- hasta el Obelisco implica encontrar en el camino una multitud de mujeres hermosas –es cierto-, pero también una cantidad considerable de chantas y, fundamentalmente, un sinfín de hombres melancólicos. No es casual, pues, que en la intersección de esta avenida con la 9 de julio se encuentre –inmóvil y absurdamente imponente- el Obelisco, precario rey sin cetro, discutible cetro sin rey.
Qué es el obelisco sino un chanta que se pavonea creyéndose más de lo que es, un objeto solitario que no tiene compañera, un mojón triste, regado de lágrimas, que, no obstante, es el centro de las manifestaciones populares de algarabía cuando alguna ocasión –casi siempre deportiva- lo amerita.
Comprobamos, pues, que Buenos Aires, la “reina del plata”, es una ciudad repleta de contradicciones en la cual el tango, el tongo y la tanga conviven aunando melancolías, diversiones, perezas, trabajos, amores y soledades. Los invitamos a visitarla. O no.
El texto, desde luego, fue rechazado por los editores.
Textos rechazados IV
El presente artículo fue presentado para su publicación en la revista El glorioso mármol del ex alumno.
La proliferación de institutos privados que afirman garantizar resultados académicos y la demanda cada vez mayor de docentes particulares nos deben alentar a repensar el papel que cumplen tanto la escuela como la familia en la formación de estudiantes independientes y responsables.
El título del presente artículo lejos está de la comedia; tampoco pretende acercarse al drama. A lo sumo, podríamos decir que tiene algo de documental. En todo caso, esperamos que la película alcance un final feliz.
La instauración de los cursos de ingreso a las escuelas medias de la Universidad de Buenos Aires tuvo en su origen la intención de equilibrar las posibilidades de todos los aspirantes. Hasta ese momento, los alumnos rendían exámenes que debían preparar por su cuenta; naturalmente, aquellos que tenían posibilidades de ser asistidos o guiados por algún familiar, docente conocido o profesor particular contaban con una gran ventaja.
Actualmente, la mayoría de los aspirantes realiza el curso de ingreso y acude, además, a academias de apoyo. Estas tres formas de escolaridad –si sumamos el desarrollo de séptimo grado- conforman un menú muchas veces de difícil digestión.
Toda instancia que fortalezca la preparación de un alumno para un examen tan importante debe ser bien recibida. Ahora bien, llegados a este punto, debemos preguntarnos por las consecuencias de una lógica que parece inquebrantable: mientras más, mejor. ¿Es así?
Las clases dictadas por los profesores del curso de ingreso alcanzan para que todo alumno –realizando las tareas y estudiando por su cuenta- consiga los resultados buscados. Desde luego, cada caso es particular y las características individuales y familiares pueden requerir la adopción de diferentes estrategias. El problema aparece cuando la excepción se vuelve regla.
Las academias de apoyo son institutos privados establecidos con fines comerciales antes que pedagógicos. Esta situación no es en sí misma reprochable, y mucho menos si el servicio que ofrecen es el apropiado. Ahora bien, ¿qué pasa cuando estas academias garantizan resultados o cuando sus directores aseguran que trabajan con las autoridades de los colegios en cuestión?
Los subterfugios tergiversan la posibilidad de realizar un enfoque adecuado. Los alumnos y las familias se van quedando con la impresión de que el lugar de trabajo no es la escuela sino la academia; las clases del curso de ingreso pasan a ser instancias superfluas de constatación de lo que ya se hizo.
¿De qué sirve, pues, el trabajo de planificación y preparación que realizan los docentes de los colegios? La importancia de su tarea se diluye a partir de la acción de las academias que, es necesario decirlo, parecen tener todo a su favor. Los nervios y la ansiedad de las familias, la necesidad de trabajar de los estudiantes o jóvenes docentes que en ellas suelen emplearse, el hecho de que el sistema se alimente a sí mismo –si el 80% de un curso acude a una academia, pronto gran parte del 20% restante sentirá la necesidad de imitarlos para no ver disminuidas sus posibilidades-... Todo se conjuga para asegurar la acción según la lógica que señalábamos.
Las academias pasan a ser así un objeto de consumo e inclusive de status social. Aquella motivación igualadora que señalábamos como intención inicial de los cursos de ingreso aparece ya casi completamente diluida.
Los hábitos que se construyen -¿o que se destruyen?- durante el séptimo grado llegan a los primeros años del secundario. Es aquí cuando los alumnos acuden a clases de apoyo escolar en las mismas academias o cuando sistemáticamente acuden a profesores particulares. La posibilidad de preguntarle al docente en la clase, pedirle más ejercitación o estudiar con algún compañero cae bajo la facilidad de adquirir horas de clases particulares.
Insistimos: no es inadecuado que un estudiante con dificultades en alguna materia reciba apoyo; por el contrario, toda instancia que fortalezca la preparación de un alumno debe ser bien recibida. La solución planteada en estos términos, empero, nos resulta insatisfactoria.
En un contexto donde los espacios colectivos –ya sea escolares o familiares- se encuentran en crisis, no es casual que la opción por academias privadas o clases particulares sea tomada como algo imprescindible, natural y completamente positivo.
Corresponde a las autoridades, docentes, padres y alumnos reflexionar sobre esta situación y buscar posibles formas de intervención. Un estudio cuantitativo podría aportar datos concretos que fortalezcan nuestra hipótesis según la cual cada vez más alumnos acuden a clases particulares de apoyo, como corolario de una metodología iniciada en el curso de ingreso. Una de las opciones para abordar esta problemática podría ser la de establecer tutorías y clases de apoyo coordinadas por docentes y dictadas por alumnos de años superiores; sería una experiencia que enriquecería a todos y resolvería de manera positiva la aparente contradicción de pretender formar colectivamente estudiantes y ciudadanos cada vez más autónomos e independientes.
¿ACADEMIAS O LOCADEMIAS DE INGRESO?
La proliferación de institutos privados que afirman garantizar resultados académicos y la demanda cada vez mayor de docentes particulares nos deben alentar a repensar el papel que cumplen tanto la escuela como la familia en la formación de estudiantes independientes y responsables.
El título del presente artículo lejos está de la comedia; tampoco pretende acercarse al drama. A lo sumo, podríamos decir que tiene algo de documental. En todo caso, esperamos que la película alcance un final feliz.
La instauración de los cursos de ingreso a las escuelas medias de la Universidad de Buenos Aires tuvo en su origen la intención de equilibrar las posibilidades de todos los aspirantes. Hasta ese momento, los alumnos rendían exámenes que debían preparar por su cuenta; naturalmente, aquellos que tenían posibilidades de ser asistidos o guiados por algún familiar, docente conocido o profesor particular contaban con una gran ventaja.
Actualmente, la mayoría de los aspirantes realiza el curso de ingreso y acude, además, a academias de apoyo. Estas tres formas de escolaridad –si sumamos el desarrollo de séptimo grado- conforman un menú muchas veces de difícil digestión.
Toda instancia que fortalezca la preparación de un alumno para un examen tan importante debe ser bien recibida. Ahora bien, llegados a este punto, debemos preguntarnos por las consecuencias de una lógica que parece inquebrantable: mientras más, mejor. ¿Es así?
Las clases dictadas por los profesores del curso de ingreso alcanzan para que todo alumno –realizando las tareas y estudiando por su cuenta- consiga los resultados buscados. Desde luego, cada caso es particular y las características individuales y familiares pueden requerir la adopción de diferentes estrategias. El problema aparece cuando la excepción se vuelve regla.
Las academias de apoyo son institutos privados establecidos con fines comerciales antes que pedagógicos. Esta situación no es en sí misma reprochable, y mucho menos si el servicio que ofrecen es el apropiado. Ahora bien, ¿qué pasa cuando estas academias garantizan resultados o cuando sus directores aseguran que trabajan con las autoridades de los colegios en cuestión?
Los subterfugios tergiversan la posibilidad de realizar un enfoque adecuado. Los alumnos y las familias se van quedando con la impresión de que el lugar de trabajo no es la escuela sino la academia; las clases del curso de ingreso pasan a ser instancias superfluas de constatación de lo que ya se hizo.
¿De qué sirve, pues, el trabajo de planificación y preparación que realizan los docentes de los colegios? La importancia de su tarea se diluye a partir de la acción de las academias que, es necesario decirlo, parecen tener todo a su favor. Los nervios y la ansiedad de las familias, la necesidad de trabajar de los estudiantes o jóvenes docentes que en ellas suelen emplearse, el hecho de que el sistema se alimente a sí mismo –si el 80% de un curso acude a una academia, pronto gran parte del 20% restante sentirá la necesidad de imitarlos para no ver disminuidas sus posibilidades-... Todo se conjuga para asegurar la acción según la lógica que señalábamos.
Las academias pasan a ser así un objeto de consumo e inclusive de status social. Aquella motivación igualadora que señalábamos como intención inicial de los cursos de ingreso aparece ya casi completamente diluida.
Los hábitos que se construyen -¿o que se destruyen?- durante el séptimo grado llegan a los primeros años del secundario. Es aquí cuando los alumnos acuden a clases de apoyo escolar en las mismas academias o cuando sistemáticamente acuden a profesores particulares. La posibilidad de preguntarle al docente en la clase, pedirle más ejercitación o estudiar con algún compañero cae bajo la facilidad de adquirir horas de clases particulares.
Insistimos: no es inadecuado que un estudiante con dificultades en alguna materia reciba apoyo; por el contrario, toda instancia que fortalezca la preparación de un alumno debe ser bien recibida. La solución planteada en estos términos, empero, nos resulta insatisfactoria.
En un contexto donde los espacios colectivos –ya sea escolares o familiares- se encuentran en crisis, no es casual que la opción por academias privadas o clases particulares sea tomada como algo imprescindible, natural y completamente positivo.
Corresponde a las autoridades, docentes, padres y alumnos reflexionar sobre esta situación y buscar posibles formas de intervención. Un estudio cuantitativo podría aportar datos concretos que fortalezcan nuestra hipótesis según la cual cada vez más alumnos acuden a clases particulares de apoyo, como corolario de una metodología iniciada en el curso de ingreso. Una de las opciones para abordar esta problemática podría ser la de establecer tutorías y clases de apoyo coordinadas por docentes y dictadas por alumnos de años superiores; sería una experiencia que enriquecería a todos y resolvería de manera positiva la aparente contradicción de pretender formar colectivamente estudiantes y ciudadanos cada vez más autónomos e independientes.
El texto, desde luego, fue rechazado por los editores.
Las películas XXX
Textos rechazados III
El presente artículo fue presentado para su publicación en la revista Boletín dominical.
MENDIGO
Imaginemos –la propuesta constituye un eufemismo ya que el cuadro que propondremos pertenece a la realidad- la presencia de un mendigo, pordiosero, “homeless” o ciruja arrojado en la calle, ubicado exactamente entre dos negocios. Puntualicemos, ya que estamos, que esos negocios pertenecen, por un lado, a una empresa multinacional de origen galo dedicada a la comercialización de alimentos y diversos productos para el hogar y, por el otro, a una cadena local de venta de electrodomésticos que cuenta con numerosas sucursales a lo largo -y a lo ancho- del país. Acordemos –más allá de banderas políticas o alineaciones sentimentales- que la presencia del sujeto en cuestión distorsiona la propuesta de consumo que ambos negocios proponen, atenta contra el estereotipado paso de los transeúntes y, por último, afea el paisaje de la ciudad.
Cabría suponer que los gerentes a cargo de ambos locales podrían ponerse de acuerdo para: a) invitar al señor -de manera más o menos amable- para que tome sus bártulos, sus mascotas, sus mantas y su mugre y se retire del lugar; b) obligar al señor –de manera más o menos violenta- a que se retire inmediatamente del lugar; de lo contrario, se llamará a la policía; c) llamar a la policía para que invite al señor a retirarse o, en su defecto, lo obligue a hacerlo; d) convocar al organismo estatal pertinente para que recoja al señor y lo derive a una institución en la cual pueda trabajarse en la promoción de su dignidad como ser humano; e) sobornar al señor -mucha plata no haría falta- para que se ubique frente a otros locales (de ser posible, pertenecientes a la competencia); o bien, f) llevar a cabo alguna extraña combinación que involucre elementos de todas las opciones anteriores.
Lo cierto es que tanto las personas a cargo de esos establecimientos comerciales como los transeúntes que por allí circulan hacen oídos sordos –y ojos ciegos- de la presencia del mendigo, pordiosero, “homeless” o ciruja.
Propongamos lo siguiente: ya sea por piedad, caridad, interés por la dignidad humana, rebeldía ante la desigualdad, filantropía, buen gusto; o bien por marketing, eficiencia gerencial o relevancia empresarial, las personas a cargo de esos establecimientos podrían estar interesadas en que ese sujeto no esté allí y no facilite el sentimiento de culpa en los clientes, personas más favorecidas por la fortuna que sí pueden procurase alimentos y lavarropas. Pero no, las personas en cuestión no eligen colaborar ni esconder la basura debajo de la alfombra.
Hay, no obstante, una tercera posibilidad: que las empresas aludidas decidan –de momento- mantener el status quo de la situación, obtener ganancias económicas de considerable envergadura y destinar parte de éstas para: a) crear una fundación que se dedique a procurar que no haya gente viviendo en la calle –ya sea asignándoles un hogar de arquitectura decorosa, ya sea invitándolos a ejercer la emigración -; o b) becar a un grupo de jóvenes notables para que se formen en diversas artes y ciencias y puedan –aunando capacidad y sensibilidad- erigirse como líderes políticos en un futuro no muy lejano en el cual la desigualdad social constituya un relato prácticamente inverosímil.
Nos permitimos mantener el escepticismo sobre la posibilidad de que los gerentes en cuestión adopten esta tercera posición. Pedimos permiso para creer –no sin cierta amargura- que esos señores adoptan la peor conducta posible: la que aúna ineficacia con insensibilidad, perversión con torpeza y, por último, maldad con indiferencia.
Cabría suponer que los gerentes a cargo de ambos locales podrían ponerse de acuerdo para: a) invitar al señor -de manera más o menos amable- para que tome sus bártulos, sus mascotas, sus mantas y su mugre y se retire del lugar; b) obligar al señor –de manera más o menos violenta- a que se retire inmediatamente del lugar; de lo contrario, se llamará a la policía; c) llamar a la policía para que invite al señor a retirarse o, en su defecto, lo obligue a hacerlo; d) convocar al organismo estatal pertinente para que recoja al señor y lo derive a una institución en la cual pueda trabajarse en la promoción de su dignidad como ser humano; e) sobornar al señor -mucha plata no haría falta- para que se ubique frente a otros locales (de ser posible, pertenecientes a la competencia); o bien, f) llevar a cabo alguna extraña combinación que involucre elementos de todas las opciones anteriores.
Lo cierto es que tanto las personas a cargo de esos establecimientos comerciales como los transeúntes que por allí circulan hacen oídos sordos –y ojos ciegos- de la presencia del mendigo, pordiosero, “homeless” o ciruja.
Propongamos lo siguiente: ya sea por piedad, caridad, interés por la dignidad humana, rebeldía ante la desigualdad, filantropía, buen gusto; o bien por marketing, eficiencia gerencial o relevancia empresarial, las personas a cargo de esos establecimientos podrían estar interesadas en que ese sujeto no esté allí y no facilite el sentimiento de culpa en los clientes, personas más favorecidas por la fortuna que sí pueden procurase alimentos y lavarropas. Pero no, las personas en cuestión no eligen colaborar ni esconder la basura debajo de la alfombra.
Hay, no obstante, una tercera posibilidad: que las empresas aludidas decidan –de momento- mantener el status quo de la situación, obtener ganancias económicas de considerable envergadura y destinar parte de éstas para: a) crear una fundación que se dedique a procurar que no haya gente viviendo en la calle –ya sea asignándoles un hogar de arquitectura decorosa, ya sea invitándolos a ejercer la emigración -; o b) becar a un grupo de jóvenes notables para que se formen en diversas artes y ciencias y puedan –aunando capacidad y sensibilidad- erigirse como líderes políticos en un futuro no muy lejano en el cual la desigualdad social constituya un relato prácticamente inverosímil.
Nos permitimos mantener el escepticismo sobre la posibilidad de que los gerentes en cuestión adopten esta tercera posición. Pedimos permiso para creer –no sin cierta amargura- que esos señores adoptan la peor conducta posible: la que aúna ineficacia con insensibilidad, perversión con torpeza y, por último, maldad con indiferencia.
Desde luego, el texto fue rechazado por los editores.
Textos rechazados II
El presente artículo fue presentado para su publicación en la revista El glorioso mármol del ex alumno.
PROCLAMA DEL EX ALUMNO
Los científicos estiman que alrededor de 65 millones de años atrás un meteorito cayó sobre la superficie terrestre levantando una inmensa nube de polvo que oscureció la atmósfera e impidió el ingreso de los rayos del sol. Esto produjo como consecuencia más notoria la extinción de los grandes reptiles que dominaban la Tierra.
¿A qué se debe esta introducción?
Cuando hablamos del claustro de graduados y de ex alumnos de una institución como el Colegio Nacional de Buenos Aires, nunca está de más recordar de tanto en tanto que los dinosaurios se extinguieron.
La implementación de un consejo resolutivo es el momento ideal para renovar la participación de los ex alumnos del CNBA. La camarilla anquilosada y acomodaticia de los macanudos del pasado debe descansar en los pedestales de los museos. Allí estarán a gusto.
Mientras tanto, el resto de la comunidad de ex alumnos deberá preguntarse qué papel juega en el proceso no ya de defensa sino de construcción permanente del CNBA.
La habilitación de espacios incluyentes, forjadores de ideas y propuestas; la confección de planes y proyectos destinados a mejorar los programas de estudio, la actualización docente y la infraestructura; las actividades de extensión académica destinadas a alumnos, ex alumnos y al resto de la comunidad; el trabajo en conjunto con otras instituciones de educación media dependientes de universidades nacionales...
Muchas son las variables en las cuales pueden intervenir aquellos interesados en participar activamente en el CNBA y volverlo una institución en permanente diálogo con el contexto social y político. Ahora que el meteorito ya cayó es el momento de recordar que las instituciones no se encuentran -pasivamente- depositadas en un contexto sino que –fundamentalmente- pueden y deben actuar para transformarlo.
¿A qué se debe esta introducción?
Cuando hablamos del claustro de graduados y de ex alumnos de una institución como el Colegio Nacional de Buenos Aires, nunca está de más recordar de tanto en tanto que los dinosaurios se extinguieron.
La implementación de un consejo resolutivo es el momento ideal para renovar la participación de los ex alumnos del CNBA. La camarilla anquilosada y acomodaticia de los macanudos del pasado debe descansar en los pedestales de los museos. Allí estarán a gusto.
Mientras tanto, el resto de la comunidad de ex alumnos deberá preguntarse qué papel juega en el proceso no ya de defensa sino de construcción permanente del CNBA.
La habilitación de espacios incluyentes, forjadores de ideas y propuestas; la confección de planes y proyectos destinados a mejorar los programas de estudio, la actualización docente y la infraestructura; las actividades de extensión académica destinadas a alumnos, ex alumnos y al resto de la comunidad; el trabajo en conjunto con otras instituciones de educación media dependientes de universidades nacionales...
Muchas son las variables en las cuales pueden intervenir aquellos interesados en participar activamente en el CNBA y volverlo una institución en permanente diálogo con el contexto social y político. Ahora que el meteorito ya cayó es el momento de recordar que las instituciones no se encuentran -pasivamente- depositadas en un contexto sino que –fundamentalmente- pueden y deben actuar para transformarlo.
Desde luego, el texto fue rechazado por los editores.
Textos rechazados I
El presente artículo fue presentado para su publicación en la revista Recetas rápidas para mujeres ídem.
RECETA DE TARTA DE JAMÓN Y QUESO
- Dos huevos. Se rompen y se baten. Se agrega orégano.
- 150 g. (o más) de jamón. Se lo pone todo en una pila, se enrolla y se corta (tanto paralela como transversalmente). Se colocan los trocitos de jamón en el huevo batido.
- Queso. Se lo corta en trocitos y se lo coloca en la solución huevo- jamón.
- Colócase Fritolin en la asadera.
- Tómase la tapa de tarta y colócasela en la fuente, tratando de enzocalarla con ésta (la fuente).
-Viértese el engrudo jamón- queso – huevo sobre la fuente forrada con tapa de tarta, cuidando dejar el borde libre en aras de la consecución del repulgue.
- Opcional tomate: córtase el tomate en rodajas finas a depositar sobre la fuente con tapa y engrudo.
- Colocar la otra tapa de tarta sobre su antecesora. Fijar las puntas utilizando la técnica de “dedo sobre dedo”, habiendo tenido cuidado de no permitirle a la solución ovípara escaparse por los intersticios.
- Pinchase con tenedor. Colocar azúcar (eventualmente).
- Poner al horno durante 15 minutos (aproximadamente, según las características del mencionado ins.
- Degustar.
- 150 g. (o más) de jamón. Se lo pone todo en una pila, se enrolla y se corta (tanto paralela como transversalmente). Se colocan los trocitos de jamón en el huevo batido.
- Queso. Se lo corta en trocitos y se lo coloca en la solución huevo- jamón.
- Colócase Fritolin en la asadera.
- Tómase la tapa de tarta y colócasela en la fuente, tratando de enzocalarla con ésta (la fuente).
-Viértese el engrudo jamón- queso – huevo sobre la fuente forrada con tapa de tarta, cuidando dejar el borde libre en aras de la consecución del repulgue.
- Opcional tomate: córtase el tomate en rodajas finas a depositar sobre la fuente con tapa y engrudo.
- Colocar la otra tapa de tarta sobre su antecesora. Fijar las puntas utilizando la técnica de “dedo sobre dedo”, habiendo tenido cuidado de no permitirle a la solución ovípara escaparse por los intersticios.
- Pinchase con tenedor. Colocar azúcar (eventualmente).
- Poner al horno durante 15 minutos (aproximadamente, según las características del mencionado ins.
- Degustar.
Desde luego, el texto fue rechazado por los editores.
jueves, 23 de julio de 2009
miércoles, 22 de julio de 2009
La nueva televisión IV
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Aclaración: en este país -que es un país muy poco serio- los "periodistas" de espectáculos suelen incurrir en el error de denominar "unitario" a todo programa de ficción que se emite una vez por semana. CRASO ERROR: corresponde llamar "unitario" a aquellos ciclos -semanales o no- que presentan historias independientes, con personajes que no se repiten y que únicamente comparten algún rasgo genérico en particular. De esta manera, de la imagen que antecede sólo son unitarios Tiempo Final y Mujeres Asesinas; los demás son series o miniseries que los limitados "periodistas" de espectáculos de este país poco serio llaman "unitarios" para diferenciarlas de las tiras diarias -que, por otra parte, muchas veces son "novelas" o mediocres y repetitivas historias que acuden como recurso a un falso y supuesto "costumbrismo" y que, al emitirse diariamente, restringen la posibilidad de encontrar diversidad en la pantalla y agotan demasiado rápidamente la por otra parte limitada inventiva de los "guionistas" (hay una "productora" cuyo dueño ocupa un puesto muy importante en un "canal" de aire que ensaya esta metodología con singular eficacia)-.
Algunos de los ciclos unitarios más famosos fueron Alta Comedia y Atreverse, en el ámbito local (poco serio), y La dimensión desconocida, en Estados Unidos, que sí es un país serio con más de cien años de democracia.
lunes, 13 de julio de 2009
Cualquiera puede estudiar publicidad V
miércoles, 8 de julio de 2009
miércoles, 1 de julio de 2009
Los futbolistas XXII
sábado, 27 de junio de 2009
domingo, 7 de junio de 2009
Elecciones 2009 II
Memoria a corto plazo
Los músicos XXV
miércoles, 27 de mayo de 2009
Elecciones 2009 I
sábado, 16 de mayo de 2009
sábado, 9 de mayo de 2009
martes, 5 de mayo de 2009
lunes, 4 de mayo de 2009
Cuentos infantiles I
domingo, 3 de mayo de 2009
Los músicos XXIII
martes, 21 de abril de 2009
Caníbal
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