viernes, 10 de agosto de 2007

La planchuela oblonga (parte 3 de 5)

El domingo partimos al amanecer. Al mediodía almorcé junto a los nuevos pasajeros en el camarote del Capitán. Marcos, usualmente agradable y animado en la charla, se mostraba más bien inquieto y retraído, y observaba a cada momento la planchuela oblonga que había dejado apoyada sobre la puerta. Margaret, por su parte, indagaba cuestiones básicas sobre navegación que el Capitán respondía con amable didactismo. Las hermanas de Marcos me preguntaban, a su vez, acerca de mi trabajo y tocaban suavemente mis muslos al final de cada interrogación.
Cuando subimos a cubierta dispuestos a probar el tabaco cargado en Santa Julieta, aproveché la ocasión para consultar a Marcos la utilidad de la planchuela oblonga. Al escucharme, mi viejo amigo tiró su pipa al piso y tomó rápidamente el preciado objeto de chapa que había dejado sobre la barandilla. Me miró fijamente con los ojos bien abiertos y los brazos alrededor de la planchuela. Enseguida se comenzó a reír infantilmente, tomó la pipa del piso y la limpió con su camisa. Luego se desmayó. Observando su cuerpo sobre la planchuela, pensé que debía ser un elemento muy preciado para él.
A raíz de este incidente, el Capitán me recomendó que evitara tratar a mi amigo, quien seguramente se encontraba sufriendo algún tipo de alienación mental producido por el vaivén propio de los viajes de altamar. Alegando una recaída de mi estado de salud, me recluí en mi camarote y dejé de ver a Marcos, que, de todas formas, todos las mañanas llamaba a mi puerta para consultar cómo me encontraba. Esta nueva cuarentena, no obstante, resultó bastante menos ingrata que la anterior, ya que recibía los cuidados de las hermanas del señor Fosatti, para quienes estar atentas a mis necesidades durante toda la noche no era menos importante que estarlo durante todo el día -sino que, por el contrario, era más importante-. Fueron las mismas jóvenes las que me relataban las excentricidades de su hermano: las extensas recorridas por cubierta, las visitas a la sala de máquinas, las increpaciones a cada miembro de la tripulación que detectaba observándolo siquiera de reojo, los gritos espontáneos al cielo que le ponían la piel de gallina a más de uno, el terror que le ocasionaba la mera observación del timón; y cada una de estas acciones eran realizadas por la figura de Marcos junto a su planchuela, de la cual no se desprendía ni un instante.

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