El Capitán del ARA Francisco Pascasio Moreno me había alentado para que subiera a cubierta. Mi estado de salud no había sido el mejor y mi resguardo en el camarote recorría ya su tercera semana. “Ande, no sea así: si ya se encuentra mucho mejor... súbase a cubierta nomás, le vendrá bien un poco de aire fresco”, me había instado el Capitán. Y yo accedí, seducido por la posibilidad de respirar la suave y reconfortante brisa marina.
Sin embargo, al subir a cubierta me vi sorprendido por una baranda impresionante.
Evidentemente, los marineros habían estado realizando trabajos en la cubierta durante mi reducida cuarentena y ahora el barco parecía otro, cercado como estaba en todo su perímetro por una barandilla de imitación de bronce que evitaba con respetable efectividad la caída por la borda de las personas menos avezadas en la travesía naval.
A la notable mejoría de mi estado de salud durante las siguientes jornadas –un martes y un miércoles- le sucedieron dos cosas: el día jueves, por un lado, y el día viernes, por el otro. El sábado por la mañana arribamos al Puerto de Santa Julieta.
Los marineros cargaban las provisiones en la bodega cuando noté, apoyado en la baranda mientras contemplaba a los trabajadores, que unos nuevos pasajeros se disponían a abordar. Me acerqué al Capitán para preguntarle si esperaba nuevos pasajeros: “¿espera nuevos pasajeros, Capitán”, le consulté. No fue sino grata la sorpresa que sentí cuando el buen hombre me informó que las personas que se unían a la travesía eran el célebre escritor Marcos Fosatti, su esposa y sus dos hermanas.
Sin embargo, al subir a cubierta me vi sorprendido por una baranda impresionante.
Evidentemente, los marineros habían estado realizando trabajos en la cubierta durante mi reducida cuarentena y ahora el barco parecía otro, cercado como estaba en todo su perímetro por una barandilla de imitación de bronce que evitaba con respetable efectividad la caída por la borda de las personas menos avezadas en la travesía naval.
A la notable mejoría de mi estado de salud durante las siguientes jornadas –un martes y un miércoles- le sucedieron dos cosas: el día jueves, por un lado, y el día viernes, por el otro. El sábado por la mañana arribamos al Puerto de Santa Julieta.
Los marineros cargaban las provisiones en la bodega cuando noté, apoyado en la baranda mientras contemplaba a los trabajadores, que unos nuevos pasajeros se disponían a abordar. Me acerqué al Capitán para preguntarle si esperaba nuevos pasajeros: “¿espera nuevos pasajeros, Capitán”, le consulté. No fue sino grata la sorpresa que sentí cuando el buen hombre me informó que las personas que se unían a la travesía eran el célebre escritor Marcos Fosatti, su esposa y sus dos hermanas.
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