Al célebre pensador Magnus Norman jamás lo abandonaban las ideas. Sus extensas jornadas de estudio en la biblioteca de la Universidad de Humanidades no diferían mucho de sus pausas recreativas: en ambos momentos Magnus no hacía nada.
Cierto verano, mientras jugaba a los naipes con unos compañeros de trabajo, se detuvo estupefacto: una idea lo había atacado. Fruto de esta súbita inspiración es su ya célebre “Teoría sobre el origen de los naipes”, a cuyo texto pertenece el fragmento que citamos a continuación.
Los naipes poseen un espíritu de cuerpo verdaderamente envidiable: si una carta se pierde, sus compañeras de mazo se solidarizan y se abstienen de hacer posible la continuación de cualquier tipo de juego. El despido de una sola carta vuelve al resto de la baraja completamente inútil; el trauma de la ausencia diluye las diferencias entre palos, números y figuras.
Hay, sin embargo, ciertas excepciones. Los juegos que se disputan con solamente una parte de todo el mazo permiten que las cartas no utilizadas reemplacen a las eventualmente perdidas. De esta manera, en el caso del Truco, por ejemplo, los ochos y los nueves constituyen un excelente banco de suplentes que permite paliar las ausencias de –llegado el caso- el cuatro de copas, el tres de basto, el as de espadas. Para facilitar estas sustituciones, la modificación de la naturaleza de la carta redimida bien puede explicitarse mediante una inscripción: “culo sucio”, por ejemplo, se escribirá sobre el ocho de copas si se pierde el as de oro.
Los jugadores pueden así aprovechar al máximo su baraja, sin temer que alguna carta remarcada por el uso u olvidada debajo de algún mueble torne inútil al resto de sus compañeras; el límite de sustituciones está dado por la cantidad de cartas que no se utilizan y por las características del juego en cuestión.
Ahora bien, imaginamos la aparición de un mazo nuevo de características idénticas a la baraja diezmada. ¿Qué corresponde hacer en este caso? ¿Debe el ocho de copas que dice “culo sucio” dejar su lugar al as de oro del nuevo mazo? ¿Son los dos igualmente útiles, auténticos, merecedores de ser de la partida?
El presente relato prefiere renegar de toda alegoría toda vez que nos conduce a las siguientes sospechas. Acaso ninguna carta sea lo que dice ser. Tal vez todas se encuentren reemplazando a naipes pretéritos ya perdidos. Acaso nuestra naturaleza no resida más que en simples disfraces, usos y costumbres. Y tal vez otras personas estén guardadas en el mazo, haciéndose las sotas, esperando reemplazarnos cuando nos quedemos olvidados debajo de algún mueble con expresión de "culo sucio".
Cierto verano, mientras jugaba a los naipes con unos compañeros de trabajo, se detuvo estupefacto: una idea lo había atacado. Fruto de esta súbita inspiración es su ya célebre “Teoría sobre el origen de los naipes”, a cuyo texto pertenece el fragmento que citamos a continuación.
Los naipes poseen un espíritu de cuerpo verdaderamente envidiable: si una carta se pierde, sus compañeras de mazo se solidarizan y se abstienen de hacer posible la continuación de cualquier tipo de juego. El despido de una sola carta vuelve al resto de la baraja completamente inútil; el trauma de la ausencia diluye las diferencias entre palos, números y figuras.
Hay, sin embargo, ciertas excepciones. Los juegos que se disputan con solamente una parte de todo el mazo permiten que las cartas no utilizadas reemplacen a las eventualmente perdidas. De esta manera, en el caso del Truco, por ejemplo, los ochos y los nueves constituyen un excelente banco de suplentes que permite paliar las ausencias de –llegado el caso- el cuatro de copas, el tres de basto, el as de espadas. Para facilitar estas sustituciones, la modificación de la naturaleza de la carta redimida bien puede explicitarse mediante una inscripción: “culo sucio”, por ejemplo, se escribirá sobre el ocho de copas si se pierde el as de oro.
Los jugadores pueden así aprovechar al máximo su baraja, sin temer que alguna carta remarcada por el uso u olvidada debajo de algún mueble torne inútil al resto de sus compañeras; el límite de sustituciones está dado por la cantidad de cartas que no se utilizan y por las características del juego en cuestión.
Ahora bien, imaginamos la aparición de un mazo nuevo de características idénticas a la baraja diezmada. ¿Qué corresponde hacer en este caso? ¿Debe el ocho de copas que dice “culo sucio” dejar su lugar al as de oro del nuevo mazo? ¿Son los dos igualmente útiles, auténticos, merecedores de ser de la partida?
El presente relato prefiere renegar de toda alegoría toda vez que nos conduce a las siguientes sospechas. Acaso ninguna carta sea lo que dice ser. Tal vez todas se encuentren reemplazando a naipes pretéritos ya perdidos. Acaso nuestra naturaleza no resida más que en simples disfraces, usos y costumbres. Y tal vez otras personas estén guardadas en el mazo, haciéndose las sotas, esperando reemplazarnos cuando nos quedemos olvidados debajo de algún mueble con expresión de "culo sucio".
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