la propuesta y supuesta igualdad de todos los hombres y mujeres (ante dios, ante la ley, o lo que fuere) responde a una ideología inmovilista sustentora de un estado de situación determinado.
no estamos descubriendo la pólvera: ya se ha dicho que si al pobre el cristianismo le dice que es igual que el rico -y no sólo eso, sino que suyo será el reino de los cielos-, nada hará el poco favorecido por revertir su situación. de forma similar, la igualdad teórica ante la ley aquieta la rebelión de los oprimidos frente a la injusticia que inevitablemente los subyuga.
la enzucarinada cuestión de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer opta lisa y llanamente por borrar cuestiones trascendentales. el día internacional de la mujer, por caso, consagra la misma inequidad contra la cual se constituyó inicialmente (y no estamos descubriendo la rueda con esto). hombres y mujeres son diferentes y lo seguirán siendo sin importar cuánto avance la cultura unisex o cuánto se popularicen colores como el violeta, el amarillo o el celestito.
la igualdad no consiste en la disolución de diferencias sino en la aceptación de las existencias diversas. los chinos no son iguales a los suecos, ni estos dos son iguales a los egipcios o a los esquimales. reconocer las disimilitudes no debe implicar realizar juicios de valor: debe ser un comentario objetivo que permita el análisis de las implicancias de la diversidad.
no se trata de señalar inferioridades (juicio perverso e inútil) sino de reconocer al otro, reconocerse uno en el otro y aprender a integrar en la diversidad y a repartir ante la desigualdad.
el inca de la vega.
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