- ¡Sacale los ojos de encima a mi hermana!- gritó ofuscado Enrique.
Enrique no era particularmente celoso de su hermana; por el contrario, alentaba a todos los muchachos que conocía a que la llamaran, la sedujeran, la invitaran a tomar un copetín. La hermana de Enrique –debemos decirlo- era hermosa.
Enrique no era particularmente celoso de su hermana, es cierto, pero todo tiene un límite.
- ¡Sacale los ojos de encima a mi hermana!- repitió Enrique y su voz tronó resuelta y desesperada.
No era para menos: cualquier persona no tardaría en reaccionar frente a la imagen de una mujer hermosa con dos pequeñas esferas blancas sobre su cabeza, al lado de un hombre que denuncia su ceguera con el eficaz y tenebroso testimonio de dos orificios oculares –vacíos- en su cara.
El Sujeto tomó los ojos que estaban sobre la cabeza de Antonella y los colocó de vuelta sobre su rostro.
–¡Enrique!- gritó sorprendido- Disculpame, no te había visto...
El rostro de Enrique parecía ahora mucho más aliviado. Su hermana ya no estaba en peligro.
- Me parece que ya habíamos hablado sobre el asunto...-Enrique no siguió hablando; el tono de reproche completaba la frase.
- Lo sé, lo sé –la voz del Sujeto era tranquila y suave- Pero vi de vuelta a tu hermana y no pude resistirme, no pude.
- No me interesa. Con cualquier otra persona que lo intentara no tendría problemas, pero vos... vos sos especial- dijo tímidamente Enrique, debatiéndose entre el halago y el reproche.
El Sujeto bajó la mirada. Estaba acostumbrado a que siempre le dijeran lo mismo; y sin embargo, nunca dejaba de molestarle.
- Perdón, creo que me corresponde hablar- Antonella dio un paso al frente y se colocó entre su hermano y el Sujeto- Enrique, yo te agradezco el interés que tenés en protegerme, pero creo que yo ya me puedo cuidar sola, ¿no te parece?
Enrique fue ahora el que bajó la mirada.
- Y con respecto a vos... –se puso frente al Sujeto, dándole la espalda a su hermano- Lo siento. Me halaga mucho que hayas puesto tus ojos sobre mí... sobre mi cabeza, pero en este momento no estoy interesada en una relación así. Adiós.
Antonella se fue, difícil saber hacia dónde. Enrique y el Sujeto quedaron enfrentados.
- Y bueno... fue ella la que terminó el asunto, no yo- dijo Enrique no sin cierta suficiencia. Sus labios esbozaban una sonrisa de satisfacción.
El Sujeto estaba serio. Su boca se abrió como para decir algo, pero las palabras no salieron. Tras unos segundos de vicisitudes, finalmente habló, con tono lúgubre.
- Ella me rompió el corazón- sentenció el Sujeto e inmediatamente después cruzó la mano derecha sobre la parte izquierda de su pecho, atravesó sin dificultad la piel y extrajo, sin ningún tipo de esfuerzo, los restos de un corazón, del tamaño de un puño cerrado, con resortes y cables totalmente inoperantes. Sin saber que hacer, Enrique miró a su alrededor. Estaba solo. Solo con el cadáver y el corazón destartalado del Sujeto. “Mejor me voy volando de acá” pensó y se fue flotando, esquivando los cables de la luz, sin volver la vista atrás.
Enrique no era particularmente celoso de su hermana; por el contrario, alentaba a todos los muchachos que conocía a que la llamaran, la sedujeran, la invitaran a tomar un copetín. La hermana de Enrique –debemos decirlo- era hermosa.
Enrique no era particularmente celoso de su hermana, es cierto, pero todo tiene un límite.
- ¡Sacale los ojos de encima a mi hermana!- repitió Enrique y su voz tronó resuelta y desesperada.
No era para menos: cualquier persona no tardaría en reaccionar frente a la imagen de una mujer hermosa con dos pequeñas esferas blancas sobre su cabeza, al lado de un hombre que denuncia su ceguera con el eficaz y tenebroso testimonio de dos orificios oculares –vacíos- en su cara.
El Sujeto tomó los ojos que estaban sobre la cabeza de Antonella y los colocó de vuelta sobre su rostro.
–¡Enrique!- gritó sorprendido- Disculpame, no te había visto...
El rostro de Enrique parecía ahora mucho más aliviado. Su hermana ya no estaba en peligro.
- Me parece que ya habíamos hablado sobre el asunto...-Enrique no siguió hablando; el tono de reproche completaba la frase.
- Lo sé, lo sé –la voz del Sujeto era tranquila y suave- Pero vi de vuelta a tu hermana y no pude resistirme, no pude.
- No me interesa. Con cualquier otra persona que lo intentara no tendría problemas, pero vos... vos sos especial- dijo tímidamente Enrique, debatiéndose entre el halago y el reproche.
El Sujeto bajó la mirada. Estaba acostumbrado a que siempre le dijeran lo mismo; y sin embargo, nunca dejaba de molestarle.
- Perdón, creo que me corresponde hablar- Antonella dio un paso al frente y se colocó entre su hermano y el Sujeto- Enrique, yo te agradezco el interés que tenés en protegerme, pero creo que yo ya me puedo cuidar sola, ¿no te parece?
Enrique fue ahora el que bajó la mirada.
- Y con respecto a vos... –se puso frente al Sujeto, dándole la espalda a su hermano- Lo siento. Me halaga mucho que hayas puesto tus ojos sobre mí... sobre mi cabeza, pero en este momento no estoy interesada en una relación así. Adiós.
Antonella se fue, difícil saber hacia dónde. Enrique y el Sujeto quedaron enfrentados.
- Y bueno... fue ella la que terminó el asunto, no yo- dijo Enrique no sin cierta suficiencia. Sus labios esbozaban una sonrisa de satisfacción.
El Sujeto estaba serio. Su boca se abrió como para decir algo, pero las palabras no salieron. Tras unos segundos de vicisitudes, finalmente habló, con tono lúgubre.
- Ella me rompió el corazón- sentenció el Sujeto e inmediatamente después cruzó la mano derecha sobre la parte izquierda de su pecho, atravesó sin dificultad la piel y extrajo, sin ningún tipo de esfuerzo, los restos de un corazón, del tamaño de un puño cerrado, con resortes y cables totalmente inoperantes. Sin saber que hacer, Enrique miró a su alrededor. Estaba solo. Solo con el cadáver y el corazón destartalado del Sujeto. “Mejor me voy volando de acá” pensó y se fue flotando, esquivando los cables de la luz, sin volver la vista atrás.
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