Cuando la célebre corsario Rosario Ceranegra se vio rodeada por un grupo de treinta y nueve fuleros bucaneros armados con fervorosa redundancia, supo darse cuenta de que su vida corría grave peligro.
Recordó entonces los momentos que habían marcado su agitada biografía: la noche en que presenció el asesinato de su padre en manos de su madre, el más feroz saqueo en una pequeña isla española, su primer arete, su primer tatuaje.
Si bien su condición de mujer pirata la colocaba en una posición doblemente marginal, su valentía y apremio a la hora del abordaje infundían respeto tanto en el Caribe como en el Pacífico. Sin embargo, esa tarde, al menguar los clamores de la batalla, la fama y el renombre de Rosario Ceranegra parecían ya encarar su epílogo definitivo.
- ¡Vengan de a uno, cobardes! ¡Voto a bríos, que este vientre que pudo haberles dado vida hoy mismo se las quitará!- gritó retrocediendo hacia la proa. Un último cañonazo fijó como un gong el punto final de su amenaza.
Los treinta y nueve bucaneros avanzaban temerosos pero movidos por la certeza de lo inevitable. La rodearon.
- ¡Ríndete, mujer! ¡Cumple con tu destino y camina por la plancha!- ordenó el más sucio de los piratas.
- ¡Por cuatrocientas botellas de ron que deberán matarme para detener mi corazón, malditos lobos del mar!
La voz de Rosario Ceranegra no se quebró en ningún momento. Los sobrevivientes afirman que logró resistir la embestida de los bucaneros durante un tiempo considerable; la leyenda asegura que sólo cinco de los treinta y nueve del grupo escaparon de la muerte bajo su espada.
Mientras defendía su vida con bravura, la célebre corsario Rosario Ceranegra fue apuñalada por la espalda por un eunuco que había pertenecido a su tripulación. Los hombres que para darle caza la habían perseguido a través de cientos de millas por el mar lloraron su muerte.
Cuando arrojaron su cuerpo por la borda sólo se escuchó un silencio solemne.
Recordó entonces los momentos que habían marcado su agitada biografía: la noche en que presenció el asesinato de su padre en manos de su madre, el más feroz saqueo en una pequeña isla española, su primer arete, su primer tatuaje.
Si bien su condición de mujer pirata la colocaba en una posición doblemente marginal, su valentía y apremio a la hora del abordaje infundían respeto tanto en el Caribe como en el Pacífico. Sin embargo, esa tarde, al menguar los clamores de la batalla, la fama y el renombre de Rosario Ceranegra parecían ya encarar su epílogo definitivo.
- ¡Vengan de a uno, cobardes! ¡Voto a bríos, que este vientre que pudo haberles dado vida hoy mismo se las quitará!- gritó retrocediendo hacia la proa. Un último cañonazo fijó como un gong el punto final de su amenaza.
Los treinta y nueve bucaneros avanzaban temerosos pero movidos por la certeza de lo inevitable. La rodearon.
- ¡Ríndete, mujer! ¡Cumple con tu destino y camina por la plancha!- ordenó el más sucio de los piratas.
- ¡Por cuatrocientas botellas de ron que deberán matarme para detener mi corazón, malditos lobos del mar!
La voz de Rosario Ceranegra no se quebró en ningún momento. Los sobrevivientes afirman que logró resistir la embestida de los bucaneros durante un tiempo considerable; la leyenda asegura que sólo cinco de los treinta y nueve del grupo escaparon de la muerte bajo su espada.
Mientras defendía su vida con bravura, la célebre corsario Rosario Ceranegra fue apuñalada por la espalda por un eunuco que había pertenecido a su tripulación. Los hombres que para darle caza la habían perseguido a través de cientos de millas por el mar lloraron su muerte.
Cuando arrojaron su cuerpo por la borda sólo se escuchó un silencio solemne.
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