Alguien debería escribir sobre la melancólica persistencia de los azulejos que pertenecieron a construcciones hoy demolidas.
Alguien debería dedicarle unas palabras a las jaboneras que, cada tanto, asoman entre ellos, como pequeños altares de una intimidad pretérita. ¿A qué cuerpos habrán acompañado en el ritual del lavado y enjuagado? ¿Qué motiva su tenacidad inutil y los mantiene firmes, a la intemperie, a la espera de un edificio que los aislará para siempre de los ojos indiscretos que hoy, solo por un pequeño período de tiempo, los observan?
Alguien debería reflexionar sobre esos azulejos, verdaderos tapices de un pasado fantasmal.
Y, ya que estamos, alguien debería preguntarse cuántos de nuestros hábitos, afectos y temores no son sino como esas mismas paredes que perduran aún cuando la morada de nuestra realidad cotidiana ha sido derribada desde sus cimientos. Esos azulejos aguardan impacientes, resignados, pudorosos, ser recubiertos por materiales de construcción modernos... pero berretas.
Alguien debería sugerir que, cada tanto, apoyemos la cabeza contra las medianeras buscando escuchar los murmullos de esos azulejos que, aún en la derrota, le juran a quien quiera oírlos que vale la pena la resistencia.
Alguien debería escribir sobre estas cosas, pero no seremos nosotros.