miércoles, 17 de febrero de 2010

Con motivo del vigesimosexto aniversario del nacimiento de Harry de la Metro

El siguiente discurso fue pronunciado en la fiesta de cumpleaños de Nicolás S, más conocido como "La Morsa" o "Harry de La Metro". Los visitantes asiduos de Munduna lo recordarán de colaboraciones con este sitio tales como http://munduna.blogspot.com/2005/02/la-franja-de-gasa.html o http://munduna.blogspot.com/2006/07/los-presidentes-i.html.
Con el objeto de compensar la ausencia de los que no pudieron acudir a la celebración, prucuraremos reproducir lo más fielmente posible las palabras en dicha ocasión pronunciadas.
Por otra parte, debemos confesar que, en realidad, lo que nos motiva es la intención de abusar de la celebridad de este productor radial, confiando en que lleguen a nuestro sitio muchas de las personas que busquen en Google su nombre. Por esta razón incluiremos -por primera vez en la historia de este sitio- los siguientes "tags" o etiquetas, destinados a orientar el sondeo virtual del famoso buscador:
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Ahora sí, los dejamos con el texto.

El presente evento tiene por objeto celebrar la existencia de una gran persona, de un eximio ser humano. Y digo “ex simio” porque desciende del mono; y el mono desciende del árbol; y La Morsa es, ciertamente, como un árbol. Y de chiquito La Morsa era como un arbolito; sí, como un arbolito: hasta cambiaba dólares y todo. Y tanto es así que cuando Patricia, su madre, lo dio a luz, podríamos decir que mató dos pájaros de un tiro: tuvo un hijo y plantó un árbol. Porque La Morsa es como un árbol: difícil de remover una vez que echa raíces, frondoso, con anillos y algún que otro hongo... Un árbol que ha crecido un poco torcido, puede ser, pero que sabe hacerse apreciar por su copa tupida, siempre repleta de hojas y de cerveza.
Comentemos, para empezar, algunos aspectos de la infancia de La Morsa, cuando su naturaleza arbórea era apenas la de un pequeño y simpático bonsai llamado “Nicolás”.
Al ser consultada por los primeros años de vida de su nieto, la abuela de La Morsa no dudó en describir su niñez como “dulce, amena y agradable”… la niñez de la abuela; la de La Morsa la definió como “insoportable y turbulenta”. Su tía abuela, en cambio, declaró que La Morsa era un joven “muy alegre y tranquilo”, pero también reconoció que ella misma es “algo mentirosa”.
Lo cierto es que, más allá de las opiniones familiares y las típicas travesuras que La Morsa como todo niño realizaba, se percibía en él un genuino interés por mantener buenos vínculos con sus progenitores. Demos, ya que estamos, un ejemplo: con la intención de satisfacer a Manrique, su padre –uruguayo y, por lo tanto, fanático de La Celeste-, La Morsa tuvo la atinada idea de volverse a su vez fanático de La Celeste. Y no sólo de la Celeste, sino también de Perla Negra, Zíngara y toda novela con Andrea del Boca habida y por haber. El hecho de que su preferida fuera “Celeste, siempre Celeste” debería haber llenado de orgullo al padre de La Morsa.
Debemos hacer aquí una nota al margen. Este interés temprano por las telenovelas iría estableciendo las bases de la personalidad sensible y emocional de La Morsa. Volveremos sobre esto más adelante.


Hemos hablado del Morsa niño y del Morsa hijo. Hablemos ahora del Morsa compañero, del Morsa amigo, condición que muchos de los aquí presentes seguramente apreciarán, valorarán... o algo por el estilo.
El primer gran amigo de La Morsa provino de Tierra del Fuego y le introdujo el amor por el metal, entre otras cosas. Precisamente, cuando La Morsa se acercó a sus padres y les comentó “mamá, papá, me gusta el metal”, tanto Manrique como Patricia imaginaron un venturoso futuro en la industria metalúrgica. Pero no; La Morsa se refería al heavy metal, al rock pesado. Desconocían que el metal que anhelaba La Morsa no era el de la industria sino el de los oscuros y abyectos galpones del conurbano bonaerense, verdaderos templos de la música que La Morsa sabría honrar con su presencia durante tantos años.
Continuando con la lista de amistades importantes, debemos mencionar a su amiga vietnamita y a Vladimir y Sergei, sus dos compañeros rusos. A los tres los conoció en la escuela primaria. Observamos ya aquí la condición de buena persona de La Morsa, su carácter cosmopolita, su posición de verdadero ciudadano universal. Y todo esto a pesar del hecho de vivir en La Boca, en el culo del mundo, lo que provoca que sus amigos palermitanos –la gran mayoría, por otra parte- hoy en día le pregunten: “¿dónde vivís? ¿En La Boca o en el culo?”. (Esta antítesis entre Boca y Culo sería una constante a lo largo de la vida de La Morsa).
La cuestión es que La Morsa permitió que sus compañeros extranjeros se integraran bien al grupo escolar. Sin embargo, es necesaria una aclaración: La Morsa no se llevaba bien ni con la vietnamita ni con Vladimir, pero sí le cabía –y le sigue cabiendo- Sergei.


Fue Sergei, su amigo ruso, el que le introdujo a La Morsa por segunda vez el amor… esta vez, por el trabajo. Debemos decirlo de una vez por todas: además de buen hijo y buen amigo, La Morsa es un buen laburante. Desde joven, junto a Sergei, se deslomó trabajando. Ávido de dinero para engrosar acaso su colección de discos de metal, La Morsa empezó trabajando –en su temprana adolescencia- como albañil. En zonas de countries construyó quinchos, por lo que podemos decir que fue a través de la paja que La Morsa conoció por primera vez el placer y la satisfacción… del trabajo remunerado.
Más adelante en el tiempo, en sus años mozos, La Morsa trabajó en un restaurante. No sabían los comensales que no le dejaban propina, desconocían estos seres que bebían el alcohol que el mismo Morsa adulteraba, que apenas unos años más adelante, ese mismo mozo que fingía no verlos para hacerlos esperar y que simulaba siempre confundirse con el vuelto para hacerse de unos pesos adicionales, sería, apenas unos años más tarde, una estrella de la radio.
Para muchas mujeres –por ejemplo, su ex jefa, que lo acosaba-, sin embargo, fue una verdadera pena que La Morsa dejara el restaurante por la radio. “No te vayas…”, confiesa la ex jefa que le decía, mientras se babeaba, “…no te vayas; si sos tan buen mozo…”.


La experiencia como mozo resultó fundamental para sus primeros meses en la radio, en los cuales la tarea de la Morsa consistió –básicamente- en llevarle café a su patrón.
Sin embargo, no tardaría en ocurrir un hecho que lo acercaría su jefe y que lo marcaría para siempre: un verano, se tatuó “Andy” en su brazo derecho.
A partir de ese momento, la carrera artística de La Morsa se fue para arriba por dos sencillas razones: por un lado, fue ganando cada vez más minutos al aire y, por el otro, el estudio de radio se mudó del segundo al quinto piso.
Y la Morsa siguió creciendo: la ropa que Andy le regalaba ya no le entraba, por lo que Nicolás debía acercarse a diversos locales palermitanos para cambiarla. Pero también fue creciendo profesionalmente, al punto tal de llegar a la televisión.
Su columna en el programa de su jefe tuvo singular éxito: salió al aire sólo una vez. Pero su desempeño no pasaría desapercibido en los pasillos del canal. Las autoridades de Canal 13, satisfechas y confiadas por su actuación, le ofrecerían la conducción no ya de “La noche del 10”, sino de algo superador, “La noche del 11”, un reality show en Plaza Miserere no apto para cardíacos. Todavía no sabemos qué pasó con este proyecto.


Hemos hablado del hijo, del amigo, del trabajador... debemos hablar ahora –y pido permiso para ello- del amante, del Morsa seductor.
A los quince años La Morsa era ya un amante muy experto y avezado, lo cual es una contradicción porque a esa edad no había besado a casi nadie.
Mencionábamos antes la sensibilidad característica de nuestro amigo, rasgo que adquirió a partir de su temprana devoción por Andrea del Boca. Esta cualidad explica el éxito de La Morsa con las mujeres. Tanto es así que existen dos clases de féminas para nuestro amigo: las hermosas, voluptuosas y agraciadas, por un lado, y las que le dan bola, por el otro. Dentro de este grupo se destacan las que lo encuentran irresistible y las que, todavía más enamoradas, por más que lo busquen, no lo encuentran.
La Morsa ha sabido confesar que su éxito como amante se debe a la práctica de ejercicios de
de elongación y de respiración y a la utilización de los preceptos de la filosofía zen: “relajensen, desnudensen, acuestensen, preparensen”.
¿Es La Morsa una bomba sexual a punto de estallar? ¿Es La Morsa un terrorista del amor? Muchas mujeres me confirmaron que sí: La Morsa, en efecto, les produce terror.
Antes de que nuestro amigo pudiera sentar cabeza, muchas hembras abundaron en la vida de este macho. La mujer que más lo impactó, sin embargo, no perteneció al siempre frívolo mundo del espectáculo sino que llegó del lugar más inesperado: el buzón de correo. En sus años de radio la Morsa comenzó un intercambio epistolar con una mujer que lo enamoró. Cuando le pregunté como había sido posible esto, la Morsa fue elocuente: “de mi novia por carta, lo que me vuelve loco es su orto...grafía”.


“¿Estás seguro de que querés estudiar Psicología”, le preguntaron a la Morsa. “Psí”, respondió él. “¿Y por qué no Química? -Sodio. “¿Por qué sodio?” -Porque Na.
Y la Morsa estudió Psicología. Y el Licenciado Morsa comenzó una carrera psicoanalítica breve pero intensa. Algunas de sus características como terapeuta causaron gran impresión en la academia, como por ejemplo su decisión de cobrarle siempre el doble a los esquizofrénicos o la de curar el Edipo con siete vasos de agua o un susto repentino.
En definitiva, niño, hijo, amigo, trabajador, estrella de la radio, amante de las mujeres y de la música, psicólogo... muchas son las facetas que confluyen en el mismo ser humano, en el mismo árbol. Porque La Morsa, amigos, es como un árbol. Y aunque vaya perdiendo las hojas, pero no las mañas, y aunque a veces uno diga, “me cago en Dios, qué árbol de mierda, che”, no nos debemos olvidar qué agradable resulta, cada tanto, tomarse un tiempo para descansar bajo la sombra de este árbol, de este niño, de este amigo, de este trabajador, de esta estrella de la radio, de este amante, de este psicólogo, de este músico, de esta Morsa.

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