Todo el mundo piensa que soy un perseguido. Lo comentan entre ellos, a mis espaldas. Cuchichean a mi paso. Me miran de reojo. Todos piensan que soy un perseguido. Se creen que yo no sospecho nada, pero lo sé: ellos piensan que soy un perseguido. Escucho murmullos alrededor mío: en mi trabajo, en mi casa, en la calle: están hablando de mí. Lo sé. Los escucho. Me doy vuelta y los cretinos se hacen los disimulados. Canallas, cobardes. ¿Por qué no dan la cara? ¡Que me lo digan frente a frente, así vemos quién es el perseguido! Todo el mundo lo piensa, y sin embargo, hacen como si nada. Total, el que se la tiene que aguantar soy yo, ¿no? ¿Yo, perseguido? ¡Patrañas, pamplinas! ¡Perseguidos serán ellos! Además, ¿por qué diablos están pendientes todo el tiempo de lo que yo hago o dejo de hacer? Todo el mundo piensa, comenta y dice que soy un perseguido... ¡ja! Me río de ellos, así como ellos se ríen de mí todo el tiempo... todo el tiempo, hasta que me doy vuelta, y ellos -¡qué valientes!- dejan de reírse y se hacen los disimulados, los muy degenerados. Todo el mundo piensa que soy un perseguido. El otro día estaba revisando los libros de mi biblioteca -contándolos todos para verificar que no me hubieran robado ninguno- cuando sin querer se me cayó el diccionario al piso; me agaché para levantarlo y ¿qué descubrí?: un mataburros burlón y mentiroso que había quedado abierto en la definición de la palabra "paranoia". ¡Ja! Qué broma de mal gusto, maldita sea. Evidentemente, todo el universo se ha complotado contra mí. Todos se han puesto de acuerdo. Me encuentro complamente solo ante el pacto universal de los sotretas. Todo el mundo piensa que soy un perseguido. ¿Por qué, por qué, por qué lo piensan?
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