Era el recuerdo de una playa con olas indecisas, el lugar común de las cosas remanidas, la caricatura de un chico manoteando la sortija, la insoportable duda de la que paseaba en calesita. Era la mamá de chocolate a la hora de la leche, la vorágine del zapping del once al dos al trece, el teléfono que rezongaba tartamudo, la excepción que confirmaba la regla del embudo. Pero a los treinta días devino certidumbre y la herida sangró sangre de escondida: trampa de esconderse entre la muchedumbre, victoria de resignarse ante la huida. Y hubo puntos de esos que se ganan con reveses, ojos de esos que miran con la espalda, puñales de esos que parecen alfileres, peones de esos que se vuelven as de espadas. De nunca pedir tanto, entre deseos sin lámparas ni genios intuyo que se ahogó; "¡que la tierra me trague!", dicen que dijo, y la tierra la tragó.
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