Existen dos esferas en torno al cine: el elemento cinematográfico propiamente dicho –vamos, la película- y el hecho cinematográfico. Este último elemento comprende a su vez distintos planos, no en pocos puntos emparentados: la acción de ir al cine como forma de socialización, las reacciones que produce el film en la audiencia (que hacen que la segunda modifique los efectos futuros de la primera) y la impresión que deja la película en el espectador particular (que transmite su crítica construyendo un objeto nuevo y disímil al proyectado en pantalla).
Ante todo, la salida social al cine es por lo menos paradójica: se acude en grupo a realizar una acción profundamente personal: la observación de una película. Arbitrario resulta que se proceda aquí de esta manera y que no suceda algo similar con la literatura: hace mucho tiempo ya que la lectura es personal -para adentro-, alejada totalmente de sus inicios orales (y épicos).
Sin embargo, nuestra crítica es también paradójica: señalamos el carácter individual de la observación cinematográfica, aún cuando tenemos en cuenta la existencia in situ de un espectador colectivo –vamos, las personas que coinciden en la función de cine-. Los espectadores cumplen un papel fundamental en casi todos los films cómicos, de terror y en algunos dramáticos y de aventuras: la risa, el grito, los sobresaltos, los llantos y los aplausos de la audiencia son muchas veces definitorios: sentencian el éxito de determinadas escenas (o las condenan mediante la indiferencia), provocan un cambio en la predisposición de los espectadores singulares más escépticos y favorecen así la construcción de una impresión final positiva dejada por el film en el espectador.
De esta manera, más allá de la relación personal entre la pantalla y los ojos y oídos del individuo que la observa, el sujeto colectivo que va al cine se destaca por sobre el elemento cinematográfico propiamente dicho. Sería de esperar que los espectadores se encuentren dispuestos a dejarse llevar por la película; sin embargo, a más de cien años del invento de los hermanos Lumiere, la acción de la audiencia abandonó hace ya mucho la inocencia del mero aplauso.
Si el film cambia según la audiencia, y la audiencia varía según la sala y la función, podemos intuir que no se verá la misma película en Flores o en Palermo y que por lo tanto efectos distintos habrá en casa caso. De la misma forma, preveemos que las sensaciones que queden subyacentes en cada espectador particular variarán según su procedencia.
Lamentablemente, estas consideraciones protosociológicas son ajenas a lo que debería importar idealmente: el elemento cinematográfico propiamente dicho. Hecha esta salvedad, empero, creemos posible continuar.
Independientemente de la sensación que deja el film en el espectador particular –aspecto sobre el que es más probable que incida la audiencia colectiva-, las personas tienden casi compulsivamente a efectuar una crítica de la película. Estos comentarios serán totalmente previsibles si se tienen en cuenta los grados de esnobismo y academicismo que entran en juego según la película, la sala, la función y el espectador.
Será de estas críticas individuales sobre lo que se hablará en la charla pos película; en cambio, no se degustarán las sensaciones subjetivas que la misma deja. Todo esto lleva ora a reivindicar la salida solitaria al cine –que equivaldría a la lectura individual para nada mal vista socialmente-, ora a señalar la importancia de no hablar de la película hasta que no haya transcurrido un razonable rato.
En definitiva, ir al cine es muchas veces hacer cualquier cosa menos ver una película, si se tienen en cuenta no ya las manifestaciones esperables y determinantes de un sujeto espectador colectivo sino sus prácticas refutadoras que tienen lugar una vez terminado el film. El hecho cinematográfico diluye la acción del elemento cinematográfico propiamente dicho a través de situaciones que traicionan el pacto entre película y espectador. Mecanismo en sí misma, las películas se magnifican o mueren sin nacer en las sensaciones que despiertan o no en la audiencia. Si bien estas son subjetivas, la incidencia de un sujeto colectivo no sorprende en films que llaman al llanto, la risa o el aplauso. Sin embargo, ciertos espectadores escogen la vía del escéptico y prefieren la crítica por sobre la sensación, vertiendo para afuera soberbias impresiones que, más allá del gusto, vienen a redundar en declaraciones acerca de que los reyes magos son los padres. Esto es, algo que ya todos sabemos. Esto es, algo que algunos preferimos no saber.
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