Un discípulo de Magnus Norman vivía atormentado por el arrepentimiento: recordaba y lamentaba haber dicho lo que dijo o no haber dicho lo que silenció; se culpaba una y mil veces por ser el responsable de una serie interminable de malas acciones y su sufrimiento solo terminaba cuando comenzaba a sentir nostalgia de cosas que jamás habían sucedido.
Su Maestro, cansado de verlo angustiado ante lo inmodificable, se acercó un día a él:
- ¿Te arrepientes, acaso, de los pañales que ensuciabas cuando eras niño?
- Por supuesto que no, Maestro.
- ¿Y por qué no?
- Pues porque claramente no había aprendido a controlar mis esfínteres.
- Es lo mismo con el resto: no te arrepientas de haber sido un cretino o de no haber sido lo suficientemente valiente; valora sobre todo el haber aprendido luego algo que te hizo cambiar quien eras.
El discípulo se quedó pensando unos segundos.
- Pero Maestro... ¿Pensar así no nos llevaría a un relativismo moral peligroso, potencialmente capaz de justificar cualquier tipo de atrocidad que cometamos?
Magnus, que se había levantado para servirse un vaso de vino, se detuvo y giró levemente su cabeza:
- Ya te arrepentirás de eso que acabas de decir.
"Las enseñanzas de Magnus Norman, el Mago de la Didáctica", capítulo XXVII.