martes, 31 de julio de 2007
Las aventuras de MacGyver I
Hacé click en la imagen para agrandarla.
Aclaración: la versión original de esta foto incluía una imagen de MacGyver masturbándose en la puerta de Easy, y no presentaba ningún texto. La presente versión es de peor calidad, pero decorosa.
miércoles, 25 de julio de 2007
lunes, 23 de julio de 2007
viernes, 20 de julio de 2007
Los actores XIII
miércoles, 18 de julio de 2007
lunes, 16 de julio de 2007
Gran concurso: ¿Cómo termina el chiste?
martes, 10 de julio de 2007
Hay que obedecer a los padres
Tu padre te había dado plata de más para que te tomaras un taxi, pero no, Julieta, no. Vos preferiste ahorrarte ese dinero para poderte comprar más tragos en el boliche.
Tu padre te había dicho “cuidado en la calle; no camines nunca sola”, pero no, Julieta, no. A vos no te importó cruzar por debajo de la autopista a cualquier hora, completamente sola, abandonada a aquellas feroces cosas que la huida de tus pies apenas podrían postergar unos segundos.
“Vení que te voy a mostrar lo que es bueno”, te dijo, Julieta, el hombre desbordante de libido que se te apareció aquella noche en la que preferiste no tomar el taxi, en la que no te importó bajarte en la parada de colectivo que volvía inevitable el cruce por debajo de la autopista.
“Vení que te voy a mostrar lo que es bueno”, insistió, Julieta, el hombre lascivo con la boca llena de saliva, y su sugerencia se transformó en orden, y vos, aunque trataste, Julieta, no pudiste escapar, y el hombre te llevó a un terreno baldío al lado de la vía.
“Ahora vas a ver lo que es bueno”, dijo el hombre, fundamentalista de la juerga mal habida, y te tomó fuertemente de la cintura, y te dio vuelta contra un paredón, y te agarró los pelos con aquello que no pudiste juzgar sino como terrorífica violencia.
“¡Mirá, mirá lo que es bueno!”, te gritó el hombre con rudeza inusitada, con tanto desenfreno que hizo que su accionar hasta el momento pareciera el de un caballero; te gritó eso, Julieta, y te dirigió la mirada al paredón, a un sector de la enorme pared que estaba al costado de la vía, y pudiste ver, Julieta, desdichada, aquello bueno que el hombre quería mostrarte. Había algo escrito en la pared, Julieta. Empezaste a leer: Tu padre te había dado plata de más para que te tomaras un taxi, pero no Julieta, no...
Tu padre te había dicho “cuidado en la calle; no camines nunca sola”, pero no, Julieta, no. A vos no te importó cruzar por debajo de la autopista a cualquier hora, completamente sola, abandonada a aquellas feroces cosas que la huida de tus pies apenas podrían postergar unos segundos.
“Vení que te voy a mostrar lo que es bueno”, te dijo, Julieta, el hombre desbordante de libido que se te apareció aquella noche en la que preferiste no tomar el taxi, en la que no te importó bajarte en la parada de colectivo que volvía inevitable el cruce por debajo de la autopista.
“Vení que te voy a mostrar lo que es bueno”, insistió, Julieta, el hombre lascivo con la boca llena de saliva, y su sugerencia se transformó en orden, y vos, aunque trataste, Julieta, no pudiste escapar, y el hombre te llevó a un terreno baldío al lado de la vía.
“Ahora vas a ver lo que es bueno”, dijo el hombre, fundamentalista de la juerga mal habida, y te tomó fuertemente de la cintura, y te dio vuelta contra un paredón, y te agarró los pelos con aquello que no pudiste juzgar sino como terrorífica violencia.
“¡Mirá, mirá lo que es bueno!”, te gritó el hombre con rudeza inusitada, con tanto desenfreno que hizo que su accionar hasta el momento pareciera el de un caballero; te gritó eso, Julieta, y te dirigió la mirada al paredón, a un sector de la enorme pared que estaba al costado de la vía, y pudiste ver, Julieta, desdichada, aquello bueno que el hombre quería mostrarte. Había algo escrito en la pared, Julieta. Empezaste a leer: Tu padre te había dado plata de más para que te tomaras un taxi, pero no Julieta, no...
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